domingo, 23 de abril de 2017

La palabra de ... Fco Javier Avilés

Seguidoras y evangelizadoras: culminación del discipulado
En el momento crucial de la Pasión, cuando el desmoronamiento de los Doce llega a la traición (Judas), la negación (Pedro) y el abandono generalizado, Marcos repite por tres veces la presencia de unas mujeres junto a la cruz (Mc 15, 40-41), en la sepultura cuando lo entierra José de Arimatea (Mc 15, 45-47) y ante la tumba vacía y el desconcierto inicial que supone aquella oquedad desierta (Mc 16,1-8) Es una reiteración demasiado evidente como para ser casual o meramente narrativa. Delata esta insistencia una convicción: en el desenlace de la vida, muerte y resurrección de Jesús, fueron aquellas mujeres las que estuvieron con él y, por ello, son las testigos privilegiadas de su verdadero significado.
Marcos nos da sus nombres: María Magdalena, María de Santiago y Salomé. Es más, en el primer cuadro de este tríptico de la perseverancia, en el calvario, el evangelista añade que un grupo de mujeres, entre las que estaban las mencionadas, «cuando estaba en Galilea, lo seguían y servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén». Luego, ya venían con Jesús y lo habían acompañado en su misión primera. Esta presencia es claramente la propia de las discípulas, pues lo siguen —van «detrás» de Jesús— y le sirven, colaboran activamente, participan, no son meras espectadoras. Todavía más, estas discípulas, que junto a los Doce y otros seguidores, forman la nueva «familia» de Jesús y, en cuanto comunidad de los que acogen y viven la palabra, son primicia del Reino, pasan a ser, en palabras de Xabier Pikaza: «culminación del discipulado», pues frente al desinfle de los Doce, han llegado a la última etapa. Las que estaban de pie junto a la cruz, además del cálido y justo acompañamiento del que sufre, son también las únicas que luego podrán darle a la resurrección su verdadero alcance.
Además de ese camino recorrido, o precisamente porque lo han recorrido con una percepción más profunda y realista de lo que Jesús les proponía y del sentido auténtico de su misión, estas mujeres añaden a su fidelidad y generosidad una cualidad que les faltó a sus compañeros varones. Los apóstoles, en el relato de Marcos, tienen un inicio admirable, con una respuesta a la llamada de Jesús que sorprende por su determinación y desprendimiento: «dejando a su padre y las redes, le siguieron» Y, sin embargo, los reparos que los mismos apóstoles van presentando ante la creciente complicación y entrega con las que Jesús afronta su misión, indican que no habían compartido todavía sus verdaderas motivaciones, su identidad con el Padre y su confianza de Hijo que se abandona a sus manos creadoras. Esta falta de «empatía», como hoy llaman a la compasión y la complicidad, no se da en las mujeres, al menos, nunca se las cita como parte de la decepción de Jesús con sus discípulos y, por el contrario, se constata por tres veces que están junto a Jesús, siguen en el camino, miran lo que ocurren, acuden hasta donde parece que todo ha terminado (la tumba) y acogen el anuncio que habrán de madurar, a pesar de su miedo inicial.
De este modo, aquellas tres mujeres y las otras que no se nombran, completan el verdadero itinerario del discipulado de Jesús. Además de responder con decisión a su llamada y de seguirle en su misión evangelizadora, los discípulos y discípulas de Jesús, para no interrumpir a medio y truncar su iniciación misionera, tendrán que descubrir la cruz, presentir el silencio de Dios y barajar cómo asumir que esa tumba está vacía, que al que enterraron en ella, espera en Galilea. La resurrección de Jesús en Marcos, al menos en su primer final (Mc 16,1-8), no es una imposición apabullante de vida y triunfo, sino una reedición de la llamada que espera una respuesta para desplegar toda su fuerza y vitalidad.
Merece la pena, aunque ahora sepamos que tras la perplejidad del primer momento, las mujeres de la mañana de Pascua transmitieron el mensaje esperanzador de la resurrección de Jesucristo, pararse a valorar quién puede remover la pesada piedra de la duda y el pesimismo, e incluso, ya descubierta la tumba vacía, sigue siendo pertinente sopesar qué supone la vida resucitada de Cristo, a qué nos llama, cómo seguirle. Sí, la vuelta a Galilea significa que ser discípulos del Señor exige sentir continuamente la llamada y renovar todos los días la respuesta.