domingo, 30 de abril de 2017

La palabra de... Mons. Ciriaco Benavente

De un camino hacia la noche a un camino hacia la luz
Hay caminos y caminos: el de Damasco en que Pablo es derribado de su fanatismo; el de Corinto, una Iglesia que se abre a los gentiles; el de Emaús.
Lo de Emaús puede suceder cualquier día, en la vida de cualquiera: Un fracaso, una esperanza rota, un problema sin salida. Ellos pudieran ser dos de nosotros, dos obreros o dos profesores, un matrimonio en crisis o dos curas desanimados... Caminan sombríos, cariacontecidos, rumiando la amargura de su pena, han tirado la toalla y se marchan.
“Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, y conversaban sobre todo lo que había pasado". Encontrarse con Jesús había sido para los discípulos como estrenar una ilusión. Pero ahora, tras el fracaso del Viernes Santo, todo se ha venido al suelo. Ha sido un golpe tan fuerte que, en este atardecer, la desesperanza y el desencanto total les roen el alma. Les gustaría olvidar, pero no logran quitar de la cabeza y del corazón el recuerdo de Jesús. Había sido una experiencia tan honda, tan inolvidable... Por eso, tras cada silencio, vuelven a preguntarse, una y otra vez, por lo sucedido.
¿Quién no conoce el camino de Emaús? Son todos los caminos por los que intentamos escapar de nuestros problemas y de nuestras cruces. Son nuestros sueños fracasados y nuestras ilusiones rotas, nuestros globos pinchados. O pueden ser las mil formas de evasión que nos creamos para escapar de una realidad que se nos hace insoportable.
"Nosotros esperábamos...". Los jóvenes de mayo del 68, que gritaban aquello de "la imaginación al poder", esperaban que viniera un mundo nuevo y distinto. Muchos cristianos esperábamos que tras el Concilio surgiera una Iglesia vigorosa y rejuvenecida. Y soñábamos los españoles, a mediados de los años setenta, que con la democracia vendría una sociedad más justa, más libre, más participativa. Triunfalistas, como los de Emaús, esperábamos seguramente una salvación sin esfuerzo y sin sacrifico, algo así como un desfile de victoria, pero sin combate ni batalla previos.
No es que uno se niegue a reconocer que ha habido importantes avances en la sociedad, pero también hay que reconocer que la corrupción, el paro, el terrorismo, la droga, el deterioro ético... se han encargado de pinchar muchos globos de colores y de extender una epidemia global de desencanto. Y algo parecido nos ha pasado en la Iglesia: A la euforia conciliar ha sucedido un invierno de indiferencia creciente; tras los sueños de renovación nos encontramos con demasiada vejez y poca juventud.

martes, 25 de abril de 2017

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domingo, 23 de abril de 2017

La palabra de ... Fco Javier Avilés

Seguidoras y evangelizadoras: culminación del discipulado
En el momento crucial de la Pasión, cuando el desmoronamiento de los Doce llega a la traición (Judas), la negación (Pedro) y el abandono generalizado, Marcos repite por tres veces la presencia de unas mujeres junto a la cruz (Mc 15, 40-41), en la sepultura cuando lo entierra José de Arimatea (Mc 15, 45-47) y ante la tumba vacía y el desconcierto inicial que supone aquella oquedad desierta (Mc 16,1-8) Es una reiteración demasiado evidente como para ser casual o meramente narrativa. Delata esta insistencia una convicción: en el desenlace de la vida, muerte y resurrección de Jesús, fueron aquellas mujeres las que estuvieron con él y, por ello, son las testigos privilegiadas de su verdadero significado.
Marcos nos da sus nombres: María Magdalena, María de Santiago y Salomé. Es más, en el primer cuadro de este tríptico de la perseverancia, en el calvario, el evangelista añade que un grupo de mujeres, entre las que estaban las mencionadas, «cuando estaba en Galilea, lo seguían y servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén». Luego, ya venían con Jesús y lo habían acompañado en su misión primera. Esta presencia es claramente la propia de las discípulas, pues lo siguen —van «detrás» de Jesús— y le sirven, colaboran activamente, participan, no son meras espectadoras. Todavía más, estas discípulas, que junto a los Doce y otros seguidores, forman la nueva «familia» de Jesús y, en cuanto comunidad de los que acogen y viven la palabra, son primicia del Reino, pasan a ser, en palabras de Xabier Pikaza: «culminación del discipulado», pues frente al desinfle de los Doce, han llegado a la última etapa. Las que estaban de pie junto a la cruz, además del cálido y justo acompañamiento del que sufre, son también las únicas que luego podrán darle a la resurrección su verdadero alcance.
Además de ese camino recorrido, o precisamente porque lo han recorrido con una percepción más profunda y realista de lo que Jesús les proponía y del sentido auténtico de su misión, estas mujeres añaden a su fidelidad y generosidad una cualidad que les faltó a sus compañeros varones. Los apóstoles, en el relato de Marcos, tienen un inicio admirable, con una respuesta a la llamada de Jesús que sorprende por su determinación y desprendimiento: «dejando a su padre y las redes, le siguieron» Y, sin embargo, los reparos que los mismos apóstoles van presentando ante la creciente complicación y entrega con las que Jesús afronta su misión, indican que no habían compartido todavía sus verdaderas motivaciones, su identidad con el Padre y su confianza de Hijo que se abandona a sus manos creadoras. Esta falta de «empatía», como hoy llaman a la compasión y la complicidad, no se da en las mujeres, al menos, nunca se las cita como parte de la decepción de Jesús con sus discípulos y, por el contrario, se constata por tres veces que están junto a Jesús, siguen en el camino, miran lo que ocurren, acuden hasta donde parece que todo ha terminado (la tumba) y acogen el anuncio que habrán de madurar, a pesar de su miedo inicial.
De este modo, aquellas tres mujeres y las otras que no se nombran, completan el verdadero itinerario del discipulado de Jesús. Además de responder con decisión a su llamada y de seguirle en su misión evangelizadora, los discípulos y discípulas de Jesús, para no interrumpir a medio y truncar su iniciación misionera, tendrán que descubrir la cruz, presentir el silencio de Dios y barajar cómo asumir que esa tumba está vacía, que al que enterraron en ella, espera en Galilea. La resurrección de Jesús en Marcos, al menos en su primer final (Mc 16,1-8), no es una imposición apabullante de vida y triunfo, sino una reedición de la llamada que espera una respuesta para desplegar toda su fuerza y vitalidad.
Merece la pena, aunque ahora sepamos que tras la perplejidad del primer momento, las mujeres de la mañana de Pascua transmitieron el mensaje esperanzador de la resurrección de Jesucristo, pararse a valorar quién puede remover la pesada piedra de la duda y el pesimismo, e incluso, ya descubierta la tumba vacía, sigue siendo pertinente sopesar qué supone la vida resucitada de Cristo, a qué nos llama, cómo seguirle. Sí, la vuelta a Galilea significa que ser discípulos del Señor exige sentir continuamente la llamada y renovar todos los días la respuesta.

domingo, 16 de abril de 2017

La palabra de ... Fco Javier Avilés

Seguidoras y evangelizadoras: otras formas de discipulado
Un rasgo del seguimiento de Jesús en el evangelio de Marcos, que Santiago Guijarro resalta en su libro "El camino del Discípulo" (Salamanca 2016), es la importancia creciente que, frente al progresivo declive de los Doce, van teniendo diferentes personas con las que se encuentra Jesús. A pesar de que sean encuentros esporádicos, la respuesta de fe que le brindan, la confianza con la que acogen su palabra o reciben el don de su curación, las convierte en figuras discipulares. Como en otros casos (José de Arimatea, Lázaro y sus hermanas, Cleofás, Nicodemo...), que tampoco iban con Jesús pero se les tiene por discípulos suyos, estos per- sonajes de los que solo se narra el encuentro inicial con el Señor y la transformación que experimentan, pueden iluminar otras formas de discipulado, resaltar algún rasgo particular del seguimiento o, en opinión de Santiago Guijarro, ejemplificar la autenticidad del mismo puesta en entredicho por la incomprensión de los Doce.
Entre esas otras formas de discipulado, que abren nuestra idea de evangelización y nuestras prácticas de anuncio a muchos más interlocutores, están las mujeres. Así, sin nombre: la suegra de Pedro (Mc 1,29-34), la hemorroisa (Mc 5,25-34), la sirofenicia (Mc 7,24-30), una viuda en el templo (Mc 12,38-44), la que lo ungió en Betania (Mc 14,3- 9). Todas ellas son depositarias de una atención especial de Jesús, ya sea como curación o valoración de sus vidas y sus personas. Pero, junto a la importancia de haber entrado en contacto con Jesús y ser merecedoras de su atención, cada una de estas mujeres aporta un elemento importante del discipulado que, por el contrario, los otros discípulos, los que están en la «nómina» de los Doce, parecen descuidar.
La suegra de Pedro, como todo discípulo ha experimentado la llamada, que en su caso, como también lo fue en el de María Magdalena, es la curación. Y tras esa llamada, se pone a servir como consecuencia asumida con la naturalidad de quien ha entendido la verdad de Jesús, que la verdadera salud del alma y de la fe consiste en servir. Esta es la diaconía del discipulado que Jesús tendrá que insistir una y otra vez a los que van con él cuando se despistan con la ambición de los primeros puestos (Mc 9,35; 10,42-45).
La hemorroísa es ejemplo de que aunque seamos discípulos de la primera hora no debemos descuidar el esfuerzo constante por tocar a Jesús y la necesidad de hacerlo desde la realidad de lo que somos, con la implicación personal que hace significativa la oferta del Evangelio y su Reino.
La sirofenicia es ejemplo y figura de una fe a contracorriente, de una búsqueda a pesar de las decepciones. Pero también se convierte en la protagonista de un hallazgo de la evangelización: la universalidad, la superación de los pre- juicios y la actitud acogedora e inclusiva. 
La viuda del óbolo, que es tan importante como el óbolo de la viuda, representa a los que pasan desapercibidos porque su entrega y fidelidad son mayores, tanto, que abarcan toda su vida, que consiste en su propia vida. Toda una referencia a la verdadera espiritualidad cristiana, que no es cosa de momentos o acciones aisladas, sino de respirar, sudar y suspirar con el Espíritu de Dios. Por último, otra mujer anónima, que donde los Doce no ven sino peligro y fracaso, intuye y unge la entrega que solo tras la cruz dará fruto. Es ternura, cariño, calidez... pero también fe que traspasa los miedos y las dudas para avizorar una luz definitiva. 

Feliz Pascua de Resurrección


Especial Semana Santa: Domingo de Resurrección

Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Mientras lloraba se asomo al sepulcro, y vio dos ángeles de blanco, sentados, un a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella les contesta: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo recogeré." Jesús le dice: "¡María!." Ella se vuelve y le dice: "Rabboini" - que significa: "Maestro". Jesús le dice: "No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro." María la Magdalena fue y anunció a los discípulos "He visto al Señor y me ha dicho esto".
Jn 20, 11-18
Allí donde tú estás, Cristo habla de Pascua
¡Alabada seas tú, cruz de Cristo!
Allí donde te encuentren,
Cristo da testimonio de su misterio pascual:
del paso de la muerte a la vida.
Él da testimonio del amor,
de la fuerza interior de una vida nacida del amor,
que ha vencido a la muerte.

Alabada seas tú, cruz de Cristo,
allí donde estés levantada,
en los campos de batalla,
en los campos de prisioneros,
al borde de los caminos.

Allí donde los hombres sufren,
allí donde trabajan,
estudian y dan prueba de creatividad.

En todo lugar,
en el corazón de cada hombre y de cada mujer,
de cada chico y de cada chica,
en el corazón de todos los hombres,
alabada seas tú, cruz de Cristo.

Amén


sábado, 15 de abril de 2017

Especial Sábado Santo con Fray Nacho


Especial Semana Santa: Sábado Santo


Señor Jesucristo, has hecho brillar tu luz en las tinieblas de la muerte, la fuerza protectora de tu amor habita en el abismo de la más profunda soledad; en medio de tu ocultamiento podemos cantar el aleluya de los redimidos.

Concédenos la humilde sencillez de la fe que no se desconcierta cuando tú nos llamas a la hora de las tinieblas y del abandono, cuando todo parece inconsistente. En esta época en que tus cosas parecen estar librando una batalla mortal, concédenos luz suficiente para no perderte; luz suficiente para poder iluminar a los otros que también lo necesitan.

Haz que el misterio de tu alegría pascual resplandezca en nuestros días como el alba, haz que seamos realmente hombres pascuales en medio del sábado santo de la historia.

Haz que a través de los días luminosos y oscuros de nuestro tiempo nos pongamos alegremente en camino hacia tu gloria futura. Amén

Meditaciones para la noche del sábado santo. Benedicto XVI

No me mueve, mi Dios, para quererte

 No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque o que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.


El Señor todopoderoso nos concede
una noche tranquila y una muerte santa. Amén.

viernes, 14 de abril de 2017

Especial Semana Santa: Viernes Santo

Era ya la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". Y, dicho esto, expiró.
Lc 23, 44-46
¡Oh santa Cruz de la esperanza!
¡Oh Cruz santa!,
mi Señor está en tu madero
en los dolores de su pasión.
Veo sus manos, sus pies,
su costado, traspasados
por los clavos y la espada.

Quien podrá alabarte lo suficiente,
a ti que has traído la salvación al mundo
y el consuelo para todos nosotros.

Tú eres el puente echado sobre la ola,
para que todos salten
las aguas profundas del río.

Tú eres la victoria brillante
tú has triunfado para siempre,
sobre el enemigo.

Tú eres el bastón del peregrino,
que se apoya en ti con confianza,
y nunca tropieza ni cae.

Tú eres la llave del paraíso,
que nos abre la puerta de la vida
que Dios, por ti, nos da.

Muestra tu fuerza y tu poder,
guárdanos todos juntos
firmes e la esperanza.

Y que en el día en que Dios ha elegido,
todos sus hijos reunidos
en la paz estén con él.

Amén

Viernes Santo: Camino del Calvario

jueves, 13 de abril de 2017

Especia Semana Santa: Jueves Santo


Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo: "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya". Y se le apareció un ángel del cielo que lo confortaba. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre.
Lc 22, 41-44
¡Jesús Misericordioso, confío en ti!
Tu bondad es infinita, y no tengo miedo de nada.
Confío sin límites en tu misericordia.
Tú me acompañas en las dificultades,
y en las duras pruebas de la vida,
en la felicidad y en la desgracia,
en mi vida y en mi muerte, y en la eternidad.
Nada me asusta,
cuando te tengo en mi corazón.
Jesús abre mi alma a la esperanza.
Inclínate hacia mis pecados y mis miserias,
perdona mis faltas
y purifica mi corazón.
Me consagro a ti,
con el fin de vivir y de tender a la perfección
y de glorificarte aquí abajo y en la eternidad.
Jesús misericordioso, tú eres mi fuerza y el dulce reposo de mi alma,
tú sabes bien quién soy, temo todo de mi debilidad,
pero al mismo tiempo,
espero obtener todo de tu inagotable misericordia.
Transfórmame en ti, porque tú puedes todo.
Santifica mis acciones, para que merezcan la eternidad.
Aunque sea grande mi debilidad,
tengo confianza en el poder de tu gracia que me sostendrá.
Pongo mi confianza en ti, ahora y por siempre
y sobre todo en la hora de mi muerte.
Amén.

Jueves Santo

En este día de Jueves Santo, ¿qué cristiano hay que no se sienta el más rico y dichoso del mundo? Cada día que pasa, el Señor nos regala abundantes cosas, pero hoy, el día del Amor Fraterno se desborda. Y así lo expresa el Evangelio hablando de "un amor hasta el extremo". El Amor es el don más grande. Quien ama y se siente amado posee la llave de la fortuna. Es también la mayor aventura: es salir de nuestro propio caparazón, olvidarse de uno mismo y pensar, buscar y ayudar a los demás.
Amar de verdad supone sacrificios, pero en el amor auténtico, en la entrega sin límites es donde encontramos la mayor satisfacción. ¡Aventúrate y ama!, en Jesucristo encontrarás toda la fuerza y el ejemplo necesario para descubrir que Dios Padre nos AMA incondicionalmente.
La última Cena. Por la mañana del Jueves, Pedro y Juan se adelantan para preparar la cena en Jerusalén. A la tarde llegaron al Cenáculo. Allí Jesús lavó los pies uno a uno. Luego, sentados a la mesa celebra la primera Misa: les da a comer su Cuerpo y su Sangre y les ordena sacerdotes a los Apóstoles para que, en adelante, ellos celebren la Misa. Judas salió del Cenáculo antes, para entregarle. Jesús se despidió de su Madre y se fue al huerto de los Olivos. Allí sudó sangre, viendo lo que le esperaba. Los discípulos se durmieron. Llegó Judas con todos los de la sinagoga y le da un beso. Entonces, le cogieron preso y todos los Apóstoles huyeron. Lo llevan al Palacio de Caifás, el Sumo Sacerdote. Le interrogan durante toda la noche: no duerme nada.
AMAR es el verbo más conjugado de la historia. El hombre está sediento de amor. Cuando lo encuentra y cuando lo da, es feliz. Pero amar como Jesús con su medida y con su finalidad, no es fácil. Amar como Él amó supone negarse, olvidarse, vencerse. Amar como amó Jesús supone considerar de verdad a los hombres, a todos los hombres, como hermanos y estar dispuesto a compartir con ellos la herencia, toda la herencia. No, no es fácil amar así. Y por eso no lo hacemos. No lo hacen los hombres en general y no lo hacemos, evidentemente, los cristianos. Por eso, fácilmente, el Jueves Santo no lo entendemos.

sábado, 8 de abril de 2017

Mensaje del Papa a los jóvenes en preparación de la JMJ 2019

La palabra de ... Mons. Ciriaco Benavente

Pistas para meditar esta Semana Santa
Se abre la Semana Santa con la entrada de Jesús en Jerusalén. A primera vista parecía una entrada triunfal: La gente echaba sus mantos al suelo al paso del borriquillo, mientras gritaba agitando los ramos: ¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Jesús, que sabe lo que da de sí nuestro pobre corazón humano, no echa a volar las campanas del entusiasmo. Sabe con qué facilidad pasamos de las palmas a los pitos, lo pronto que cambia una veleta cuando el viento empieza soplar del otro lado. Las aclamaciones y los aplausos ¿no le sonarían como un ensayo de otro griterío, del “¡crucifícale, crucifícale!” del próximo Viernes Santo? ¿Encontraría hoy motivos para fiarse de nosotros?
Ante el drama de la Semana Santa no podemos quedarnos indiferentes, como simples y curiosos espectadores. Cada momento de la Pasión, cada gesto y cada personaje que interviene en el drama ha de hacernos reflexionar.
Un comentarista religioso nos da unas pistas para meditar mientras escuchamos la lectura de la Pasión, mientras contemplamos los desfiles procesionales o cargamos como costaleros con el paso de nuestra Cofradía. Pueden ser un jugoso y práctico examen de conciencia: “Si dejas que el miedo te amordace, o te haga traicionar a un amigo, o te quite la fuerza para defender tus convicciones más profundas... ¡ten cuidado! Te vas pareciendo a Pedro («No conozco a ese hombre que decís»)”
“Si ves que otros intereses van pesando demasiado en tus decisiones, o te llegan a esclavizar hasta el punto de ser más fuerte que el amor... ¡cuidado! A Judas le pasó lo mismo («Uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo»)”.
“Si dejas que cambien tus ideas y convicciones, o si estás siempre en la comparsa del sol que más calienta, o si el domingo gritabas «Hosanna al Hijo de David», y el viernes: «Crucifícalo»... eres, por desgracia, como ese pueblo que se dejó manejar contra Jesús («Los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás»)”.
“Si has probado ya el sabor del éxito, y te ha gustado hasta el punto de plegarte alguna vez al soborno, o de lavarte las manos dejando que pierda el inocente sólo porque es más débil, ¡piénsalo bien! No te olvides de Pilato («Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás, y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran’)”.
“O puede que, por el contrario, ¡quiéralo Dios!, te encuentres arrimando el hombro, «costalero» de todo el año, para hacer menos pesada la carga del que sufre. Y te des cuenta, de pronto, de que es a Cristo a quien estás ayudando a llevar su cruz. Eres como aquel «Simón de Cirene».
“No estés entre los que golpean, o entre los que se burlan, o entre los que primero deciden condenar a Jesús para después buscar pruebas en qué apoyarse (“Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús para condenarlo; y no lo encontraban”)”.
“Que estés de pie junto a la cruz como María, como Juan, como aquellas mujeres valientes; que seas solidario con el débil crucificado, con el injustamente condenado, con el expulsado de su tierra, con el pobre...”.
“No te quedes en simple espectador. Ante un drama de esta clase no cabe ser neutral. Toma partido: o con Él, o contra Él. ¡Que sea con El!”.
Si, que sea con Él, porque en su muerte se gesta la Vida. 

martes, 4 de abril de 2017

San Pablo: Atenas y Corinto

Dos lenguajes diferentes para una misma misión
por Antonio Carrascosa
Seguro que en estos dos años de Misión Diocesana acudiremos más de una vez al testimonio del misionero por excelencia en los primeros años de la Iglesia: San Pablo. Su especial ardor, su incansable predicación, esa tenacidad a la hora de estar presente en ambientes paganos y el indudable amor a sus comunidades serán siempre un referente privilegiado para la Iglesia. Gracias a sus propias cartas y al testimonio del libro de los Hechos de los Apóstoles podemos acercarnos a la entraña de su actividad misionera.
En ellos resalta la impresionante versatilidad del Apóstol a la hora de plantear sus estrategias. En efecto, Pablo, al contrario de lo que cabría deducir de su fuerte carácter, no fue un hombre monolítico, de respuestas prefabricadas y aplicadas a todos por igual, sino que logró mostrar el rostro salvador de Cristo adaptándolo a su auditorio. Sus escritos y discursos están dirigidos a cristianos de muy diversas circunstancias. Unos provenientes del paganismo; otros del judaísmo. En ocasiones habló a creyentes muy firmes y ejemplares en su fe; pero otras se dirigió a cristianos dubitativos y con nostalgias de lo antiguo. Escribió a comunidades que gozaban de paz y estabilidad; también a otras en las que las guerras internas o las persecuciones de las autoridades civiles amenazaban el cristianismo naciente.
Entre esos contrastes, sorprende particularmente la enorme distancia entre el Pablo que predica a los paganos y el que se dirige a sus propias comunidades. Encontramos dos ejemplos muy significativos de ambas posturas: por un lado el discurso en el Areópago de Atenas (Hch 17, 16-33), dirigido a paganos que adoraban varios dioses, y en el otro extremo las amonestaciones que hace el Apóstol a su comunidad de Corinto (1 y 2 Cor). Atenas y Corinto pueden ser la doble imagen de un discurso eclesial que debe saber dirigirse hacia fuera y hacia dentro, que tiene que construir un diálogo con la cultura ajena al cristianismo y que para ello ha de saber diferenciar su manera de hablar. 
En la conciencia de Pablo, el Dios único que ha actuado en Jesucristo es la única salvación posible para el ser humano. Desde esta convicción amonesta y condena sin paliativos la relajación moral de los corintios, sus divisiones, su altanería, etc. Pero a la vez, esa misma fe le lleva a comenzar su discurso en Atenas tendiendo la mano, valorando la religiosidad de su auditorio: “Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad” (Hch 17, 22b). Pablo ha sabido meterse de lleno, atravesar, contemplar las estatuas de los dioses griegos —que le provocarían poco menos que repugnancia— antes de empezar a hablar. El apóstol de los gentiles es consciente de que necesita una pedagogía, un camino, un recorrido que no siempre va en esa línea recta y sin contemplaciones que utiliza para los corintios. Para mostrar la salvación de Cristo, la única posible, es consciente de que los atenienses requieren un proceso paciente en el que no puede exigir desde el primer momento la confesión que exige para los creyentes de sus comunidades. Ese camino necesita un punto de partida aceptable por su auditorio, un lugar de encuentro y de diálogo, de escucha y de propuesta. Estamos ante la pedagogía del auténtico misionero, lo que lo diferencia de ese integrista religioso, tan peligroso como estéril de cara a la evangelización.
En una genialidad sin precedentes Pablo va a encontrar ese punto de encuentro: el monumento al Dios desconocido, “aquel que adoráis sin conocer” (Hch 17, 23). Desde ese cruce de caminos elabora todo su discurso en el que invita a profundizar sobre lo divino y su relación con el hombre. No viene de más caer en la cuenta que bajo ningún concepto aceptaría Pablo que un cristiano de Corinto o de cualquiera de sus comunidades adorase a Dios en un altar pagano, ni siquiera en el del “Dios desconocido”. ¿Supone ello una contradicción o una estrategia mentirosa por parte de Pablo? Ni mucho menos. Son propuestas diferenciadas que brotan de una misma fe, pero que invitan a la conversión teniendo en cuenta a quién van dirigidas.
Si la Iglesia quiere ser misionera, y la nuestra ciertamente se la ha propuesto como objetivo de estos dos años, no le queda otro camino que aprender de Pablo a construir lenguajes y actitudes capaces de llegar al mundo ajeno a nuestra fe. Eso supone, como bien sabía el Apóstol, conocer y valorar profundamente muchos elementos de nuestra cultura ante los que demasiadas veces nos salen palabras de condena. Nos toca sondear puntos de encuentro, de diálogo, de colaboración y profundización que hasta ahora nos han podido parecer inaceptables. Y en esos cruces de caminos, en esos “dioses desconocidos” que tienen hombres y mujeres ajenos a nuestra fe, hacer dos cosas. La primera, escuchar con hondura y humildad. Y sólo así, poder hacer la segunda: exponer nuestra fe con valentía Desde luego, siempre será más cómodo hablar como hemos hablado siempre y lanzar ese discurso a los cuatro vientos. Pero eso no es misión. La misión supone el riesgo de adentrar- nos en lo desconocido y hablar con un lenguaje y con unas propuestas coherentes en ese terreno. ¿Seremos tan valientes como Pablo para hacerlo? 

5º Domingo de Cuaresma