domingo, 30 de julio de 2017

Ante el incendio de Yeste

La geografía de la provincia de Albacete es hermosa y variada. Hay espacios a los que el verano, casi siempre largo y seco, convierte en áridos y pardos. Pero hay rincones y comarcas donde la vegetación conserva el verdor lujurioso de una primavera perenne. Así sucede en la extensa serranía del Segura.

Está finalizando un mes de julio tórrido como pocos. Tórrido y ardiente, porque ahora mimo está en llamas la hermosa comarca Yeste, uno de los más bellos y fecundos laboratorios de oxígeno en la Mancha: salud para el cuerpo y solaz para el alma. Y escucho con honda tristeza que desalojaron un campamento de Scouts, y que se sigue desalojando a los vecinos de las aldeas que corren algún riesgo.

En no pocos incendios existe la sospecha de intencionalidad y de premeditación. Si esto es así, habría que preguntarse qué está pasando en la conciencia de estas personas, qué secreta maldad se ha instalado en sus corazones, qué extrañas frustraciones o desvíos son capaces de originar una maldad tan gratuita y tanto sin sentido.    

Cuando asistimos a estos desastres, no nos hace ni chispa de gracia el viejo chiste, que circuló por los años ochenta: -Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema, señor conde'-. Y no nos hace gracia porque la naturaleza es la casa grande que Dios ha preparado para todos sus hijos. Amén de las pérdidas materiales que los incendios suponen para los municipios y los particulares, a todos se nos quema algo. Y gracias a Dios si no hay pérdida de personas, como en este caso.

Contemplando en alguna ocasión lo que hasta ayer había sido un vergel y hoy era un triste e inmenso cenicero, me venían a la memoria los versos de aquel poeta malogrado, que supo de sequías y sudores: 'Se calcinan las frondas y los pájaros. / No se ve una sonrisa de frescura, …/ una lombriz, un junco ni una caña. / Dan ganas de llorar ver este mundo/sin un valle, ni un monte ni una orilla / donde el rebaño pueda abrir la boca (M. Hernández).

Todo incendio injustificado es un desastre ecológico que afecta a la casa común, pues no en vano 'ecología' procede de la palabra griega que significa casa. Uno imagina la desolación de los ancianos, que vieron crecer con ellos pinos, brezos y robledales. Imagino la amarga frustración de los hijos del pueblo que emigraron, y que, en estos mismos días, vuelven a la aldea soñando con el clima y el paisaje. Seguro que este año las fiestas patronales de agosto van a estar teñidas de tristeza.

Me cuenta algunos de los sacerdotes que se están dando gestos admirables de solidaridad y de acogida; que está siendo incansable la dedicación y el empeño de pilotos, bomberos y particulares; que las autoridades correspondientes no han escatimado cercanía y promesas, que los pueblos esperan que se hagan realidad. Siempre entre las cenizas pueden brotar flores; siempre la gracia resplandece en medio de la desgracia.

Me alegra que, desde el primer momento, nuestras parroquias, sus salones parroquiales y sus servicios de Cáritas hayan estado disponibles para la cogida y la ayuda incondicional.

La Iglesia de Albacete se une al dolor de los pueblos y aldeas afectados, expresa su cercanía a todos y ora para que, incluso en el infortunio, siga viva la esperanza que siempre ha acompañado a la sufrida gente de la sierra. Esperamos que, con el empeño de todos y con la ayuda de los organismos pertinentes, las tierras calcinadas recobren la fecundidad, la frescura y la belleza que ha sido orgullo de sus habitantes y admiración de sus visitantes.
D. Ciriaco Benavente