Se abre la Semana Santa con la entrada
de Jesús en Jerusalén. A primera vista
parecía una entrada triunfal: La gente echaba sus mantos al suelo al paso del borriquillo, mientras gritaba agitando los ramos:
¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Jesús, que sabe lo que da de sí nuestro pobre corazón humano, no echa a volar las campanas del entusiasmo. Sabe con qué facilidad
pasamos de las palmas a los pitos, lo pronto
que cambia una veleta cuando el viento empieza soplar del otro lado. Las aclamaciones y
los aplausos ¿no le sonarían como un ensayo
de otro griterío, del “¡crucifícale, crucifícale!” del próximo Viernes Santo? ¿Encontraría hoy
motivos para fiarse de nosotros?
Ante el drama de la Semana Santa no podemos quedarnos indiferentes, como simples
y curiosos espectadores. Cada momento de
la Pasión, cada gesto y cada personaje que interviene en el drama ha de hacernos reflexionar.
Un comentarista religioso nos da unas pistas para meditar mientras escuchamos la lectura de la Pasión, mientras contemplamos los
desfiles procesionales o cargamos como costaleros con el paso de nuestra Cofradía. Pueden
ser un jugoso y práctico examen de conciencia: “Si dejas que el miedo te amordace, o te
haga traicionar a un amigo, o te quite la fuerza
para defender tus convicciones más profundas... ¡ten cuidado! Te vas pareciendo a Pedro
(«No conozco a ese hombre que decís»)”
“Si ves que otros intereses van pesando demasiado en tus decisiones, o te llegan a esclavizar hasta el punto de ser más fuerte que
el amor... ¡cuidado! A Judas le pasó lo mismo («Uno de vosotros me va a entregar: uno que
está comiendo conmigo»)”.
“Si dejas que cambien tus ideas y convicciones, o si estás siempre en la comparsa del
sol que más calienta, o si el domingo gritabas «Hosanna al Hijo de David», y el viernes: «Crucifícalo»... eres, por desgracia, como ese pueblo que se dejó manejar contra Jesús («Los
sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para
que pidieran la libertad de Barrabás»)”.
“Si has probado ya el sabor del éxito, y te ha gustado hasta el punto de plegarte alguna
vez al soborno, o de lavarte las manos dejando que pierda el inocente sólo porque es más
débil, ¡piénsalo bien! No te olvides de Pilato
(«Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás, y a Jesús, después de azotarlo, lo
entregó para que lo crucificaran’)”.
“O puede que, por el contrario, ¡quiéralo Dios!, te encuentres arrimando el hombro,
«costalero» de todo el año, para hacer menos
pesada la carga del que sufre. Y te des cuenta, de pronto, de que es a Cristo a quien estás
ayudando a llevar su cruz. Eres como aquel
«Simón de Cirene».
“No estés entre los que golpean, o entre los que se burlan, o entre los que primero deciden
condenar a Jesús para después buscar pruebas en qué apoyarse (“Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio
contra Jesús para condenarlo; y no lo encontraban”)”.
“Que estés de pie junto a la cruz como María, como
Juan, como aquellas mujeres valientes; que seas
solidario con el
débil crucificado,
con el injustamente condenado,
con el expulsado de su tierra, con
el pobre...”.
“No te quedes en simple espectador. Ante un drama de esta clase no cabe
ser neutral. Toma partido: o con Él, o contra Él. ¡Que sea con El!”.
Si, que sea con Él, porque en su muerte se gesta la Vida.