domingo, 16 de abril de 2017

La palabra de ... Fco Javier Avilés

Seguidoras y evangelizadoras: otras formas de discipulado
Un rasgo del seguimiento de Jesús en el evangelio de Marcos, que Santiago Guijarro resalta en su libro "El camino del Discípulo" (Salamanca 2016), es la importancia creciente que, frente al progresivo declive de los Doce, van teniendo diferentes personas con las que se encuentra Jesús. A pesar de que sean encuentros esporádicos, la respuesta de fe que le brindan, la confianza con la que acogen su palabra o reciben el don de su curación, las convierte en figuras discipulares. Como en otros casos (José de Arimatea, Lázaro y sus hermanas, Cleofás, Nicodemo...), que tampoco iban con Jesús pero se les tiene por discípulos suyos, estos per- sonajes de los que solo se narra el encuentro inicial con el Señor y la transformación que experimentan, pueden iluminar otras formas de discipulado, resaltar algún rasgo particular del seguimiento o, en opinión de Santiago Guijarro, ejemplificar la autenticidad del mismo puesta en entredicho por la incomprensión de los Doce.
Entre esas otras formas de discipulado, que abren nuestra idea de evangelización y nuestras prácticas de anuncio a muchos más interlocutores, están las mujeres. Así, sin nombre: la suegra de Pedro (Mc 1,29-34), la hemorroisa (Mc 5,25-34), la sirofenicia (Mc 7,24-30), una viuda en el templo (Mc 12,38-44), la que lo ungió en Betania (Mc 14,3- 9). Todas ellas son depositarias de una atención especial de Jesús, ya sea como curación o valoración de sus vidas y sus personas. Pero, junto a la importancia de haber entrado en contacto con Jesús y ser merecedoras de su atención, cada una de estas mujeres aporta un elemento importante del discipulado que, por el contrario, los otros discípulos, los que están en la «nómina» de los Doce, parecen descuidar.
La suegra de Pedro, como todo discípulo ha experimentado la llamada, que en su caso, como también lo fue en el de María Magdalena, es la curación. Y tras esa llamada, se pone a servir como consecuencia asumida con la naturalidad de quien ha entendido la verdad de Jesús, que la verdadera salud del alma y de la fe consiste en servir. Esta es la diaconía del discipulado que Jesús tendrá que insistir una y otra vez a los que van con él cuando se despistan con la ambición de los primeros puestos (Mc 9,35; 10,42-45).
La hemorroísa es ejemplo de que aunque seamos discípulos de la primera hora no debemos descuidar el esfuerzo constante por tocar a Jesús y la necesidad de hacerlo desde la realidad de lo que somos, con la implicación personal que hace significativa la oferta del Evangelio y su Reino.
La sirofenicia es ejemplo y figura de una fe a contracorriente, de una búsqueda a pesar de las decepciones. Pero también se convierte en la protagonista de un hallazgo de la evangelización: la universalidad, la superación de los pre- juicios y la actitud acogedora e inclusiva. 
La viuda del óbolo, que es tan importante como el óbolo de la viuda, representa a los que pasan desapercibidos porque su entrega y fidelidad son mayores, tanto, que abarcan toda su vida, que consiste en su propia vida. Toda una referencia a la verdadera espiritualidad cristiana, que no es cosa de momentos o acciones aisladas, sino de respirar, sudar y suspirar con el Espíritu de Dios. Por último, otra mujer anónima, que donde los Doce no ven sino peligro y fracaso, intuye y unge la entrega que solo tras la cruz dará fruto. Es ternura, cariño, calidez... pero también fe que traspasa los miedos y las dudas para avizorar una luz definitiva.