Un rasgo del seguimiento de Jesús
en el evangelio de Marcos, que
Santiago Guijarro resalta en su libro "El camino del Discípulo" (Salamanca 2016), es la importancia creciente
que, frente al progresivo declive de los
Doce, van teniendo diferentes personas
con las que se encuentra Jesús. A pesar
de que sean encuentros esporádicos, la
respuesta de fe que le brindan, la confianza con la que acogen su palabra o
reciben el don de su curación, las convierte en figuras discipulares. Como en
otros casos (José de Arimatea, Lázaro
y sus hermanas, Cleofás, Nicodemo...),
que tampoco iban con Jesús pero se les
tiene por discípulos suyos, estos per- sonajes de los que solo se narra el encuentro inicial con el Señor y la transformación que experimentan, pueden
iluminar otras formas de discipulado,
resaltar algún rasgo particular del seguimiento o, en opinión de Santiago
Guijarro, ejemplificar la autenticidad
del mismo puesta en entredicho por la
incomprensión de los Doce.
Entre esas otras formas de discipulado, que abren nuestra idea de evangelización y nuestras prácticas de anuncio
a muchos más interlocutores, están las
mujeres. Así, sin nombre: la suegra de Pedro (Mc 1,29-34), la hemorroisa (Mc
5,25-34), la sirofenicia (Mc 7,24-30),
una viuda en el templo (Mc 12,38-44),
la que lo ungió en Betania (Mc 14,3-
9). Todas ellas son depositarias de una
atención especial de Jesús, ya sea como
curación o valoración de sus vidas y sus
personas. Pero, junto a la importancia
de haber entrado en contacto con Jesús
y ser merecedoras de su atención, cada
una de estas mujeres aporta un elemento importante del discipulado que, por
el contrario, los otros discípulos, los que
están en la «nómina» de los Doce, parecen descuidar.
La suegra de Pedro, como todo discípulo ha experimentado la llamada,
que en su caso, como también lo fue en
el de María Magdalena, es la curación. Y
tras esa llamada, se pone a servir como
consecuencia asumida con la naturalidad de quien ha entendido la verdad de
Jesús, que la verdadera salud del alma
y de la fe consiste en servir. Esta es la
diaconía del discipulado que Jesús tendrá que insistir una y otra vez a los que
van con él cuando se despistan con la
ambición de los primeros puestos (Mc
9,35; 10,42-45).
La hemorroísa es ejemplo de que aunque seamos discípulos de la primera
hora no debemos descuidar el esfuerzo
constante por tocar a Jesús y la necesidad de hacerlo desde la realidad de lo
que somos, con la implicación personal
que hace significativa la oferta del Evangelio y su Reino.
La sirofenicia es ejemplo y figura de una fe a contracorriente, de una búsqueda a pesar de las decepciones. Pero
también se convierte en la protagonista
de un hallazgo de la evangelización: la
universalidad, la superación de los pre- juicios y la actitud acogedora e inclusiva.
La viuda del óbolo, que es tan importante como el óbolo de la viuda, representa a los que pasan desapercibidos
porque su entrega y fidelidad son mayores, tanto, que abarcan toda su vida, que
consiste en su propia vida. Toda una
referencia a la verdadera espiritualidad
cristiana, que no es cosa de momentos o
acciones aisladas, sino de respirar, sudar
y suspirar con el Espíritu de Dios. Por
último, otra mujer anónima, que donde los Doce no ven sino peligro y fracaso, intuye y unge la entrega que solo tras
la cruz dará fruto. Es ternura, cariño,
calidez... pero también fe que traspasa los miedos y las dudas para avizorar una luz definitiva.