sábado, 29 de diciembre de 2018

Navidad por Mons. Ángel Fernández. Obispo de Albacete

Acojamos y recibamos con gozo a Jesús
¡Feliz Navidad a todos, queridos hermanos! El gozo y la alegría invaden nuestro corazón al celebrar este gran acontecimiento para el cual nos hemos estado preparando durante el tiempo de Adviento. ¡Es Navidad! ¡Dios ha nacido entre nosotros!

 
Para un cristiano, pronunciar la palabra NAVIDAD, y pensar en ella, es centrar el corazón y el pensamiento en el acontecimiento más transcendente en su vida y en la historia de la Humanidad: el Nacimiento entre nosotros del Hijo de Dios, de Jesús, en Belén de Judá. Así lo anunciaban los ángeles del Señor a los moradores de aquel lugar, especialmente a los pastores: “Os traigo una buena noticia, os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. “Allí encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,1-14)

Hablar de Navidad es hablar de Dios entre nosotros. De un Dios cercano a los hombres, recién nacido, necesitado de cuidados y cariño; es hablar del asombro y la alegría de quienes estaban allí aquella noche y de los que se acercaron a conocerlo, adorarlo y a ofrecerle sus regalos: la Virgen María y San José, los ángeles, los pastores y los sabios de Oriente guiados por una estrella. Es hablar de la grandeza de Dios y de su nacimiento en pobreza y silencio; es hablar de admiración, esperanza y amor. Es hablar de un Dios todopoderoso, que expresa su amor a los hombres a través de su Hijo Jesucristo, un niño recién nacido del seno virginal de María, que llega para mostrar el amor de su Padre-Dios a los hombres, muere en la Cruz para alcanzarnos a todos la salvación eterna y resucita glorioso para redimirnos del pecado y de la muerte.

El Prólogo del Evangelio de San Juan resalta el mismo pensamiento, aunque con palabras más teológicas. Jesucristo, el Hijo de Dios es la Palabra, es la voz de Dios-Padre, la impronta de su ser. Y San Juan, en frases sucesivas, aclara su esencia: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”; “Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros”. La Palabra, que es la Luz verdadera y cuya esencia es divina, es decir, espiritual, se encarnó. El intangible, invisible, impasible, atemporal se hizo, tangible, visible, sometido a padecimientos y temporal. Es decir: Dios se hizo hombre, Dios entró en nuestra historia.

Con la llegada de la Navidad, para muchos, simplemente, vienen las vacaciones. Las calles y plazas se llenan de luces de colores, de multitud de bombillas, de adornos indefinidos y extraños... La música se oye en las calles, se compran muchas bebidas y alimentos tradicionales, se preparan numerosos regalos, se adquiere lotería... Se reúnen los amigos, las familias, se junta la gente y lo festeja con grandes cenas y comidas, la gente se abraza y se desea la paz.

¿Es esto la Navidad cristiana? Desde luego que no, o no con todos estos elementos. Ciertamente, no hay Navidad sin nacimiento de Jesús en Belén. No hay Navidad sin el Niño-Dios, sin cercanía y presencia amorosa de Dios. No hay Navidad sin fe y amor, sin Dios hecho hombre.

Algunos quieren desdibujar la Navidad, vaciarla de contenido religioso y cristiano, alejar a Dios de la vida de la gente. Por ello, nosotros, como verdaderos cristianos, mantengamos la fe recibida, santifiquemos la Navidad. Acojamos y recibamos con gozo el Nacimiento entre nosotros de Jesús, el Hijo de Dios. Hagamos fiesta, gran fiesta, porque Dios está entre nosotros como un niño pequeño, Dios se ha hecho hombre para hacer al hombre hijo de Dios. Agradecidos, contemplemos y adoremos a nuestro Salvador, al Niño Dios, a Jesucristo Redentor. Y cristianicemos nuestras casas e instituciones con signos y objetos navideños. Hermanos, vivamos y celebremos cristianamente la Navidad.

¡Feliz Navidad a todos los hombres y mujeres de buena voluntad!

4º Domingo de Adviento: Os anuncio una gran alegría...!!

¡Estamos a punto de celebrar un año más la Navidad! La Navidad es un tiempo bonito. A mí me parece bonito. Cuando se acerca la Navidad, parece como que tienes deseos de ser mejor persona o, si a ti no te sale, te ves abocado a serlo por el ambiente navideño. Casi como que te obliga a intentar ser buena gente. En Navidad las cosas tienen que ir bien. La sociedad tiene que estar de fiesta. La familia se alegra de poder juntarse y no hay excusa para que ninguno falte. Tiene que haber un clima de paz y alegría que dé tregua al ajetreo diario. No los he leído todos ni las he visto todas, pero imagino que no habrá un libro o una película serios, ambientados en la Navidad, que no tengan un final feliz. Sería una decepción.


Al mismo tiempo, para algunas personas, son días de nostalgia o de tristeza, más intensas que durante el resto del año, ya que la vida los está tratando mal: porque han perdido a algún ser querido, porque se ha hecho presente la enfermedad, por reveses económicos difíciles de afrontar, porque experimentan la soledad, porque se hace difícil la reconciliación... Por tantas cosas que obstaculizan el deseo de felicidad que todos llevamos dentro y que se viven más agudamente en estas fechas.

¿Qué pasa en Navidad, para que esto sea así? Que durante siglos los cristianos hemos celebrado el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad: Dios Hijo se ha hecho hombre y ha nacido como Niño en Belén para redimirnos en la Cruz y mostrarnos el camino que nos lleva a la plenitud de nuestras existencias. Éste es el motivo necesario y suficiente para entender la intensidad con la que se viven estos días. Tanto lo hemos c e l e b r a d o que, hasta los que no perciben la presencia de Dios en sus corazones, se han contagiado de nosotros y también lo celebran, aunque con una visión distinta, más limitada.

“Os anuncio una gran alegría […]: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor” (Lc 2, 10-11). La Navidad es bonita porque se nos anuncia una gran alegría, la mayor alegría que nos podían dar: Dios nos sigue amando con toda su grandeza divina. Quiere formar parte de nuestras vidas y, por eso, se ha hecho uno de nosotros. Quiere darnos todo lo que necesitamos para que nuestra vida esté llena y podamos ayudar a los demás a llenar la suya. No quiere que abandonemos la esperanza de que todo puede ir mejor cuando colaboramos con Él y le permitimos que nos demuestre su amor. ¡Feliz Navidad a todos!

3º Domingo de Adviento por José Alberto Garijo

HISTORIAS PARA TEÓFILOS DEL KILÒMETRO 30

 
Dicen los corredores de maratón que lo más duro llega en torno al kilómetro 30 de la carrera, cuando se topan con un “gran muro” de cansancio físico y mental que parece insuperable. El glucógeno —la gasolina de los músculos— empieza a escasear, las piernas se vuelven pesadas. Muchos corredores no pueden superar este “muro” y toman la dolorosa decisión de abandonar. El maratón del seguimiento de Jesús se topa también con ese “muro del kilómetro 30” que llega con el tiempo: el cansancio de una vida evangélica mediocre y sin ilusión; la tentación de vivir con los criterios del mundo y no con los del evangelio; el dolor por una Iglesia que no termina de ser una comunidad de hermanos, sino de intereses y envidias; un mundo que se resiste al anuncio de Jesús y se aleja cada vez más de él; la tristeza de ver cómo muchos discípulos abandonan la vida de la comunidad sin mucho trauma.

Lucas parece haber escrito pensando en cristianos derrotados del kilómetro 30. Incluso le pone un nombre: Teófilo. A él le dedica el solemne prólogo con el que empieza su relato: “Ya que muchos han intentado narrar ordenadamente los hechos que se han verificado entre nosotros, tal y como nos los han transmitido los que primero fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, yo también, después de comprobarlo todo cuidadosamente desde sus orígenes, he decidido, ilustre Teófilo, contártelo todo por su orden para que comprendas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1,1-4).

Algunos antropólogos han propuesto que la especie humana actual no debería llamarse “Homo sapiens” —el “hombre sabio”—, sino “Homo narrans”, el “hombre que cuenta historias”. El ser humano cuenta historias y se deja cautivar por historias a lo largo de toda su vida, desde el niño pequeño que cuenta en casa lo que ha hecho en la “guarde” hasta el abuelo que cuenta historias de la mili.

El evangelio de Lucas está lleno de grandes narradores. El ángel le cuenta a María cómo será el nacimiento de su Hijo (Lc 1,35-37). La gente de la montaña de Judea cuenta lo que se decía sobre Juan (Lc 1,65). Los pastores cuentan lo que se decía del Niño, y María guarda ese relato en su corazón (Lc 2,17-19). En la sobremesa de una comida o de camino hacia Jerusalén, Jesús cuenta las tres grandes parábolas narrativas de la misericordia: el hijo pródigo (Lc 15,11-32), el buen samaritano (Lc 10,25-37) y el pobre Lázaro (Lc 16,19-31). Por el camino a Emaús, dos discípulos —Cleofás y otro— le cuentan a Jesús disfrazado lo que había pasado en Jerusalén (Lc 24,19-24). Jesús en persona, después de resucitar, cuenta a los discípulos lo que se refiere a él en la Escritura (Lc 24,27.44-47).

No basta con tener una buena historia: hace falta saber contarla bien. El mejor de los chistes se destroza si no se cuenta con gracia. Los cristianos de hoy tenemos la mejor de las historias, ¡pero nos falta gracia para contarla! Para evangelizar, no basta con tener doctrina sana y contenidos sólidos, sino saber narrar bien “los hechos que se han verificado entre nosotros” y “lo que se refiere a Jesús de Nazaret” a los Teófilos y a los Cleofás de hoy, cansados discípulos del kilómetro 30.

2º Domingo de Adviento: Semana de la familia

Seguimos estando en un periodo de misión en nuestra Diócesis, en este curso se nos proponen tres momentos intensivos, en tres realidades de evangelización concretas, que son: la familia, la caridad y los jóvenes. A cada una de estas realidades se les quiere dedicar una semana especial, llena de actividades y momentos de encuentro, que los distintos arciprestazgos organizarán con la colaboración y ayuda de los secretariados.

En Adviento toca organizar y celebrar “la semana de la familia”. Puede dar la impresión de que es nombrar esta realidad y se nos cambia el gesto de la cara. Será porque últimamente estamos asistiendo al deterioro de la unidad familiar y contemplamos con tristeza como la familia ya ha dejado de ser un ámbito para la transmisión y la vivencia de la fe.

Pero porque estamos en Adviento y es tiempo de esperanza, no podemos caer en el pesimismo y la tristeza. Necesitamos mirar a nuestra iglesia con una nueva mirada, necesitamos contemplar a la familia con optimismo, como un reto evangelizador, como un ámbito recuperable para que la fe germine dentro de ella. ¿Cómo tiene que ser esta mirada hacia el terreno familiar?

• Una mirada acogedora: necesitamos abrir bien los brazos para acoger, y los oídos para escuchar y comprender las alegrías y los problemas de las familias.

• Una mirada sanadora: una palabra, un gesto de cariño, un rato de compañía puede sanar tantas heridas abiertas.

• Una mirada llena de esperanza: no todo está perdido, la familia sigue siendo terreno fértil y privilegiado para sembrar la fe y para descubrir, discernir y madurar la vocación a la que Dios llama a cada miembro.

• Una mirada pastoral integradora: normalmente nuestro trabajo pastoral con las familias suele estar fragmentado y dividido sectorialmente: trabajamos con niños, jóvenes, adultos, matrimonios, enfermos… pero cada uno por su parte, sin ningún tipo de coordinación ni de unidad. Sería muy positivo que grupos parroquiales y secretariados trabajaran más coordinados y unidos, y este es uno de los grandes objetivos de la semana de la familia.

• Una mirada celebrativa: celebrar y vivir la alegría de la fe en todos los ámbitos familiares de manera conjunta. Recuperar tradiciones y pequeños gestos que nos hagan sentir con sencillez que compartimos una misma fe. Recordar con agradecimiento que el mismo Dios quiso nacer y crecer en el seno de una familia, ofrezcámosle pertenecer y ser parte también de la nuestra.

sábado, 8 de diciembre de 2018

JUAN ÁNGEL NAVARRO - 1º Domingo de Adviento

Mi querido Adviento, cómo te echaba de menos

Como cada otoño, después de meses de tiempo ordinario, el Señor nos invita a adentrarnos en un tiempo nuevo de salvación. El primer adviento lo vivió la Virgen María cuando recibió el anuncio del ángel Gabriel. Nueve meses en los que María llevó en su vientre la Esperanza del mundo, el Salvador del mundo, Jesús. Es un misterio de Amor tan grande que todo creyente debiera vivir en este tiempo de preparación a la Navidad un retiro, unos ejercicios espirituales, unos cursillos, una experiencia de oasis de fe fuerte, que nos haga examinar nuestra vida ante Dios. Y clamemos, recemos e invoquemos al Espíritu Santo para que nos ayude a preparar nuestro corazón y a convertirnos. ¿Cuáles son las actitudes fundamentales del Adviento?
• Revisar nuestra vida para que seamos pobres, necesitados de Dios y de su salvación, reconozcamos nuestro pecado y pidamos el auxilio del Señor que hizo el cielo y la tierra. Y entremos en una dinámica de conversión sincera y profunda. Que nos reconciliemos con Dios.
• La actitud de María en estos nueve meses: La esperanza. Nuestra esperanza es el Señor, que está presente en tu vida y solo Él es el Único y Auténtico Salvador. Abandona deseos mundanos y no pongas la esperanza de tu vida en ser amado o en conseguir metas de ambición personal o material. No pongas tus sueños y tus proyectos en el triunfo, en el éxito, en el placer, en la soberbia...;  en vanidades humanas. Recuerda que la esperanza es en el Señor, que no te abandonará ni te dejará, ni ahora ni antes ni nunca y, para ser cierta, ha de anclarse en una fe inquebrantable en el Señor. Por nuestras venas corre la sangre de Abraham, gracias al Bautismo. “El creyó y esperó, contra toda esperanza humana” (Rom 4,18).
Recuerda que la esperanza es un don de Dios que nos ayuda a sobreponernos ante los fracasos más fuertes, ante las situaciones más adversas, ante el sufrimiento más demoledor. Y se basa en que Dios no nos deja solos ni tampoco deja de amarnos de una forma especial, misericordiosamente e infinitamente. Somos sus hijos queridos. Y  recuerda que la esperanza, para ser cierta, nos lleva a la caridad. Consuela a los demás el que tiene fe y esperanza; en vida es buen samaritano. Y recuerda que la caridad también nos mueve interiormente a perdonar y disculpar, así como a pedir perdón. La Virgen sueña caminos... La esperanza nos abre a caminos nuevos, sendas nuevas de misión y de discipulado, renueva nuestro ser. Prepárate para recibir al Salvador que se ha hecho hombre, se ha hecho uno de nosotros pero..., el mundo no le recibió. Pídele nacer en tu corazón y no olvides que su carta de presentación es la humildad. Clama: ¡Ven Señor Jesús!

Adviento, actualiza tu vida a Dios

Hay actualizaciones que no puedes dejar pasar...
Nuestros móviles lo tienen claro: o te actualizas, o te quedas atrás en todo... Las aplicaciones, los programas, necesitan actualizaciones para poder funcionar correctamente. Pero hay actualizaciones que reconfiguran la manera de entender y de manejar el móvil: esas son las que no podemos dejar nunca pasar, ya que permiten sacar lo mejor del teléfono que tenemos en nuestras manos, exprimen al máximo sus capacidades, lo ponen a punto para lo que está por venir.
El Adviento: oportunidad para actualizar nuestra vida
Para nosotros, cristianos, lo que está por venir tras el Adviento reconfigura totalmente quiénes somos y cómo actuamos. Jesús, Dios hecho carne, es la actualización definitiva del mensaje de Dios. Su novedad trata de sacar lo mejor de nosotros para ofrecerlo al mundo. A nuestro mundo, tan necesitado de la presencia de Dios como de la nuestra. El Adviento de este año propone "descargar" cada semana la Palabra de Dios en nuestra vida, hacerla "carne" en nuestro vivir para ir preparando lo que somos a la novedad de Jesús.