En esta Jornada Mundial del
Emigrante y del Refugiado, deseo llamar la atención sobre la
realidad de los emigrantes menores de
edad, especialmente los que están solos, instando a todos a hacerse cargo de
los niños, que se encuentran desprotegidos por tres motivos: porque son
menores, extranjeros e indefensos; por
diversas razones, son forzados a vivir
lejos de su tierra natal y separados del
afecto de su familia....
Son principalmente los niños quienes más sufren las graves consecuencias de la emigración, casi siempre
causada por la violencia, la miseria y
las condiciones ambientales, factores a
los que hay que añadir la globalización
en sus aspectos negativos. La carrera
desenfrenada hacia un enriquecimiento rápido y fácil lleva consigo también
el aumento de plagas monstruosas
como el tráfico de niños, la explotación
y el abuso de menores y, en general, la
privación de los derechos propios de la
niñez sancionados por la Convención
Internacional sobre los Derechos de la
Infancia.
¿Cómo responder a esta realidad?
En primer lugar, siendo conscientes de que el fenómeno de la emigración no está separado de la historia de
la salvación, es más, forma parte de
ella. Está conectado a un mandamiento de Dios: «No oprimirás ni vejarás
al forastero, porque forasteros fuisteis
vosotros en Egipto» (Ex 22,20).
Por otra parte, la línea divisoria entre la emigración y el tráfico puede ser
en ocasiones muy sutil. Hay muchos
factores que contribuyen a crear un
estado de vulnerabilidad en los emigrantes, especialmente si son niños: la
indigencia y la falta de medios de supervivencia —a lo que habría que añadir las expectativas irreales inducidas
por los medios de comunicación—; el
bajo nivel de alfabetización; el desconocimiento de las leyes, la cultura y, a
menudo, de la lengua de los países de
acogida. Esto los hace dependientes
física y psicológicamente. Pero el impulso más fuerte hacia la explotación
y el abuso de los niños viene a causa
de la demanda. Si no se encuentra el
modo de intervenir con mayor rigor
y eficacia ante los explotadores, no se
podrán detener las numerosas formas
de esclavitud de las que son víctimas
los menores de edad
Es necesario, por tanto, que los inmigrantes, precisamente por el bien de
sus hijos, cooperen cada vez más estrechamente con las comunidades que los
acogen. Con mucha gratitud miramos
a los organismos e instituciones, eclesiales y civiles, que con gran esfuerzo
ofrecen tiempo y recursos para proteger a los niños de las distintas formas
de abuso. Es importante que se implemente una cooperación cada vez más
eficaz y eficiente, basada no sólo en el
intercambio de información, sino también en la intensificación de unas redes
capaces que puedan asegurar intervenciones tempestivas y capilares. No hay
que subestimar el hecho de que la fuerza extraordinaria de las comunidades
eclesiales se revela sobre todo cuando
hay unidad de oración y comunión en
la fraternidad.
En segundo lugar, es necesario trabajar por la integración de los niños y
los jóvenes emigrantes. Ellos dependen totalmente de la comunidad de
adultos y, muy a menudo, la falta de
recursos económicos es un obstáculo
para la adopción de políticas adecua- das de acogida, asistencia e inclusión.
En consecuencia, en lugar de favorecer
la integración social de los niños emigrantes, o programas de repatriación
segura y asistida, se busca sólo impedir
su entrada, beneficiando de este modo
que se recurra a redes ilegales; o también son enviados de vuelta a su país
de origen sin asegurarse de que esto
corresponda realmente a su «interés
superior».
La situación de los emigrantes menores de edad se agrava más todavía
cuando se encuentran en situación
irregular o cuando son captados
por el crimen organizado. Entonces, se les destina con frecuencia a centros de detención. No es raro que sean
arrestados y, puesto
que no tienen dinero
para pagar la fianza
o el viaje de vuelta, pueden permanecer por largos períodos de
tiempo recluidos, expuestos
a abusos y violencias de todo
tipo.
En tercer
lugar, dirijo a todos un vehemente
llamamiento para que se busquen y adopten soluciones permanentes. Puesto que este es un fenómeno
complejo, la cuestión de los emigrantes menores de edad se debe afrontar
desde la raíz. Las guerras, la violación
de los derechos humanos, la corrupción, la pobreza, los desequilibrios y
desastres ambientales son parte de las
causas del problema. Los niños son los
primeros en sufrirlas, padeciendo a veces torturas y castigos corporales, que
se unen a las de tipo moral y psíquico,
dejándoles a menudo huellas imborrables.
Por tanto, es absolutamente necesario que se afronten en los países de origen las causas que provocan la emigración. Esto requiere, como primer paso,
el compromiso de toda la Comunidad
internacional para acabar con los conflictos y la violencia que obligan a las
personas a huir. Además, se requiere
una visión de futuro, que sepa proyectar programas adecuados para las
zonas afectadas por la inestabilidad y
por las más graves injusticias, para que
a todos se les garantice el acceso a un
desarrollo auténtico que promueva el
bien de los niños y niñas, esperanza de
la humanidad.
Por último, deseo dirigir una palabra a vosotros, que camináis al lado de
los niños y jóvenes por los caminos de
la emigración: ellos necesitan vuestra
valiosa ayuda, y la Iglesia también os
necesita y os apoya en el servicio generoso que prestáis. No os canséis de dar
con audacia un buen testimonio del
Evangelio, que os llama a reconocer y
a acoger al Señor Jesús, presente en los
más pequeños y vulnerables.