Un hombre lleno de confianza en Dios
El evangelio de este domingo nos pone en contacto con el recorrido interior que José
tuvo que hacer hasta descubrir a Jesús como
un don de Dios que a él le corresponde acoger
y custodiar.
¿A quién podría confiar Dios sus dos principales tesoros —Jesús y María—, sino a San
José, la sencillez encarnada? A los sencillos se
revela Dios con mayor facilidad. Un amigo,
sacerdote y poeta, lo describe así: “Tenía que
ser alguien con mucha fe; ¿cómo, si no, iba a
poder vivir tan cerca del misterio sin quemarse? Tenía que ser alguien con mucha profundidad, pero como un pozo de agua clara al
que se le ve el fondo; de pocas preguntas, sólo
las justas para saber qué esperaba Dios de él.
Tenía que ser un hombre lleno de confianza
en Dios para fiarse plenamente de Él, por más
inesperados que fueran sus caminos, y para
fiarse de María, para no dudar de ella por más
desconcertantes y extraña que resultase su
misión. Alguien que aceptase la luz de la palabra sin reservas, a corazón abierto. Alguien
obediente siempre a la voz del Espíritu. Tenía
que ser alguien capaz de amar mucho: Amar a Dios para ofrecerle sin pestañear cualquier
cosa que le pidiese, aunque pareciera descabellada; para ver la mano de Dios en todo, en
lo grande y en lo pequeño; para poder adivinarlo en la mirada, en la sonrisa o en el llanto
del Niño; para amar a María, para tenerla en
el centro de su corazón, para leer a través de
sus silencios, para estar seguro con sólo mirarla de la limpieza de su corazón, para saber
quedarse discretamente a la puerta de su intimidad. Tenía que ser alguien que amara sin
medida, sin pasar recibo, sin darlo importancia” (R. Prieto).
Ese hombre fue San José: la santidad vestida con túnica de carpintero, tejida de silencios,
hecha a golpes de martillo y de una renuncia
oculta y perfumada con el amor de cada día.
El hecho de descender de David permitiría
entroncar a Jesús con la herencia davídica. El
evangelista Mateo nos hace saber que era carpintero —“¿no es éste el hijo del carpintero?”, decían de Jesús: Un trabajo honrado que permitiría a su familia vivir una vida tan sobria
como digna.
El matrimonio judío se componía de dos momentos espaciados durante un año. El primer momento, los desposorios,
convertía a los novios en marido
y mujer; pero la convivencia no
ocurría hasta pasado el año. En
ese año de espera es cuando José
percibe el embarazo de su mujer:
“Como era justo y no quería poner
en evidencia a María, decidió repudiarla en secreto”. Hasta en esto se
nota su bondad. Sólo cuando sabe
que el asunto es de Dios, lo acepta
sin pestañear, hasta dar nombre e
identidad social al Niño, a pesar
de su temor inicial de arrogarse el mérito de una paternidad que no dependía de
él: “No temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por
nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de
sus pecados”.
José es uno de esos hombres a los que les
tocó vivir pruebas de fe tan duras como la de
Abrahán. Por eso, son los hombres a través de
los cuales Dios lleva adelante su proyecto de
salvación y de gracia. Sólo desde una fe honda
se pueden aceptar los caminos del Dios, que
escribe derecho, aunque con renglones que, a
nuestra humana lógica, parecen torcidos.
“No temas”. Esta invitación a fiarse de Dios
sin miedos, ¿no sería un buen lema para colocarlo junto al belén del comedor, o para colgarlo del árbol navideño? ¡Feliz Navidad!