ADVIENTO ...estado de buena esperanza
Hay un dicho tradicional, que ya casi no se utiliza, para referirse al embarazo que habla de “esperar”, de “esperanza” y, además, de una esperanza que es “buena”. ¿Cuántas maneras distintas hay de esperar? Y sobretodo cuando lo esperado va a cambiar la vida de quien lo espera ¿cómo vive cada quién dicha espera? Preocupación, miedo, inquietud, desasosiego, incertidumbre, duda y tantas otras emociones negativas nos inundan. Tantas cosas se escapan a nuestro control cuando sólo podemos hacer que esperar, tanta impaciencia por saber cuál será el futuro que nos deparan los acontecimientos.
Hay un dicho tradicional, que ya casi no se utiliza, para referirse al embarazo que habla de “esperar”, de “esperanza” y, además, de una esperanza que es “buena”. ¿Cuántas maneras distintas hay de esperar? Y sobretodo cuando lo esperado va a cambiar la vida de quien lo espera ¿cómo vive cada quién dicha espera? Preocupación, miedo, inquietud, desasosiego, incertidumbre, duda y tantas otras emociones negativas nos inundan. Tantas cosas se escapan a nuestro control cuando sólo podemos hacer que esperar, tanta impaciencia por saber cuál será el futuro que nos deparan los acontecimientos.
Y eso que en la actualidad
las embarazadas
contamos con medios
técnicos y profesionales
expertos que nos informan
de cada paso en la
evolución del bebé. Pero,
aún así, los interrogantes
inquietan nuestro espíritu
desde el momento en
que conocemos nuestro
“estado de esperanza”: ¿ahora,
es el mejor momento? ¿es
muy pronto? ¿hemos esperado
mucho? ¿estará sano? ¿será nene
o nena? ¿se parecerá a su hermano?
¿dormirá bien? ¿comerá bien? ¿cómo
me organizaré con el trabajo? ¿podré contar con los abuelos? ¿quién me
ayudará cuando se ponga malito? ¿habrá
que cambiar de piso? ¿sabré educarlo
adecuadamente? ¿tomaré buenas
decisiones? ¿lo haré feliz?... Pero
entonces, ¿es éste un estado de buena
esperanza?
Y entonces me viene a la cabeza la
imagen de una chiquilla en un pequeño
pueblo de Oriente Próximo en
plena antigüedad durante la ocupación
romana: malos tiempos para las
madres solteras, malos tiempos para
las mujeres, en general; y una sola respuesta
para el emisario: “Hágase en
mí según tu palabra”. Ni un ápice de
temor en sus palabras, ni un renuncio.
Solamente confianza, sólo fe, tan sólo
un abandonarse en brazos de quien
sabe la ama, únicamente la certeza de
que todo irá bien. Cuánto anhelo en
mí algo parecido a esa disposición, a
ese estado de buena esperanza.
Cuánto podríamos aprender durante
estos días de Adviento, si nos
dejáramos contagiar por ese alarde de
confianza, por ese derroche de optimismo
que María nos muestra en sus
delicados y humildes gestos. Cuánto
podríamos ofrecer al mundo y a los
hermanos más cercanos si, en mitad
de la incertidumbre y los miedos que
nos contaminan cada día, fuéramos
capaces de mirar el presente con sosiego,
alzar la mirada y decir bien fuerte:
“Esto viene de Dios, así que todo irá
bien”. Cuánto mejor podríamos vivir,
si lo hiciéramos, como María, en estado
de buena esperanza.