domingo, 11 de diciembre de 2016

La palabra de ...Marián Sánchez

ADVIENTO ...estado de buena esperanza
Hay un dicho tradicional, que ya casi no se utiliza, para referirse al embarazo que habla de “esperar”, de “esperanza” y, además, de una esperanza que es “buena”. ¿Cuántas maneras distintas hay de esperar? Y sobretodo cuando lo esperado va a cambiar la vida de quien lo espera ¿cómo vive cada quién dicha espera? Preocupación, miedo, inquietud, desasosiego, incertidumbre, duda y tantas otras emociones negativas nos inundan. Tantas cosas se escapan a nuestro control cuando sólo podemos hacer que esperar, tanta impaciencia por saber cuál será el futuro que nos deparan los acontecimientos.
Y eso que en la actualidad las embarazadas contamos con medios técnicos y profesionales expertos que nos informan de cada paso en la evolución del bebé. Pero, aún así, los interrogantes inquietan nuestro espíritu desde el momento en que conocemos nuestro “estado de esperanza”: ¿ahora, es el mejor momento? ¿es muy pronto? ¿hemos esperado mucho? ¿estará sano? ¿será nene o nena? ¿se parecerá a su hermano? ¿dormirá bien? ¿comerá bien? ¿cómo me organizaré con el trabajo? ¿podré contar con los abuelos? ¿quién me ayudará cuando se ponga malito? ¿habrá que cambiar de piso? ¿sabré educarlo adecuadamente? ¿tomaré buenas decisiones? ¿lo haré feliz?... Pero entonces, ¿es éste un estado de buena esperanza?
Y entonces me viene a la cabeza la imagen de una chiquilla en un pequeño pueblo de Oriente Próximo en plena antigüedad durante la ocupación romana: malos tiempos para las madres solteras, malos tiempos para las mujeres, en general; y una sola respuesta para el emisario: “Hágase en mí según tu palabra”. Ni un ápice de temor en sus palabras, ni un renuncio. Solamente confianza, sólo fe, tan sólo un abandonarse en brazos de quien sabe la ama, únicamente la certeza de que todo irá bien. Cuánto anhelo en mí algo parecido a esa disposición, a ese estado de buena esperanza.
Cuánto podríamos aprender durante estos días de Adviento, si nos dejáramos contagiar por ese alarde de confianza, por ese derroche de optimismo que María nos muestra en sus delicados y humildes gestos. Cuánto podríamos ofrecer al mundo y a los hermanos más cercanos si, en mitad de la incertidumbre y los miedos que nos contaminan cada día, fuéramos capaces de mirar el presente con sosiego, alzar la mirada y decir bien fuerte: “Esto viene de Dios, así que todo irá bien”. Cuánto mejor podríamos vivir, si lo hiciéramos, como María, en estado de buena esperanza.