Salir, caminar, entrar
El cuarto domingo de Pascua se conoce
como el domingo del Buen Pastor. Hoy
la imagen del Pastor se mezcla con otra también expresiva y bella: la de la Puerta.
Cuando se visita Tierra Santa no es raro ver
pastores por las colinas de Galilea. Durante el
día cuidan de sus ovejas por valles y montañas, mientras éstas pastan en las escasas hierbas que crecen entre los guijarros de las laderas.
Por la noche las recogen en empalizadas o en
cercados de pequeños muros de piedra. Ya en
tiempos de Jesús era la forma de mantener a
las ovejas defendidas frente al peligro del lobo
o de los ladrones y salteadores.
En la imagen de las ovejas ve Jesús al pueblo judío. Tenía todavía en la retina el trato que
los dirigentes religiosos habían dado a aquel
ciego de nacimiento curado por Él, cómo lo
habían maltratado y expulsado de la sinagoga.
Ve a la gente pobre, abandonada y humillada
como ovejas sin pastor. Y ve a toda la humanidad, que sabe tanto de quienes no son verdaderos pastores y, por eso, no buscan el bien de
las ovejas, sino su propio provecho, “han sido
ladrones y salteadores, pero las ovejas no los
escucharon” (Jn 10, 8). Esos no entran por la puerta, sino que saltan por las bardas; no conocen a las ovejas, ni las ovejas reconocen su
voz. Entrar por la puerta es señal de respeto,
no es asaltar. Nos valora de verdad quien se
acerca a nosotros con delicadeza y amor, sin
segundas intenciones. Sólo así se abre la puerta del corazón.
Todo éxodo liberador, como fue la salida
del Pueblo de la esclavitud de Egipto, se resuelve en tres verbos, presentes en el Evangelio de hoy: Salir, caminar, entrar:
- “Él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera” (Jn 10,3). El recinto de la ley, en que vivía el pueblo, ligado espiritualmente a prescripciones y deberes, sin corazón, se había convertido en un verdadero encerramiento, en una esclavitud seudoreligiosa. Jesús es el Buen Pastor que conoce a sus ovejas y las suyas le conocen, escuchan su voz y le siguen. Para Jesús nunca somos una masa, nos llama por nuestro nombre, uno a uno, aunque a veces pasen días, años, en que, aturdidos por mil cosas, no escuchamos su voz o nos falta fuerza o decisión para responder. Ser cristiano es haber descubierto de manera real y apasionante la belleza de sentirse llamado por Dios. El seguimiento no debe confundirse con un hábito piadoso, sin consecuencias en la vida de las personas. Jesús nos saca de toda esclavitud, también de la esclavitud de la ley.
- “Cuando las ha sacado camina delante de ellas” (Jn 10, 4). Es un segundo momento de la solicitud de Jesús, buen pastor. Él ha ido delante, abriendo camino. Pero, ¿a dónde lleva a sus ovejas? Al descubrimiento de un Dios, que es Padre, y que han enviado a su Hijo “para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10).
- “Yo soy la puerta, quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos” (Jn 10, 9). El tercer paso es entrar. Es verdad que hay muchas personas buenas y honestas que buscan el bien de los demás, que se dedican con el más noble empeño a hacer mejor la sociedad. Son hombres y mujeres admirables, que facilitan el acceso a situaciones más humanas y más dignas. Pero sólo Jesús es la puerta a la plenitud: “Nadie va al Padre sino por mí”.
En este domingo celebra la Iglesia la Jornada de Oración por las Vocaciones (las vocaciones de aquí y también las vocaciones
nativas de los llamados países de misión): las
vocaciones de especial consagración: al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada.
El papa Francisco nos recuerda en su mensaje que todo discípulo misionero, en virtud del bautismo, es “portador de Cristo para los hermanos”, que “el compromiso misionero no es algo que se añade a la vida cristiana, está en el corazón mismo de la fe”. Nos viene bien escucharlo a quienes estamos embarcados en la a Misión diocesana.
Dicen los analistas sociales que hoy, en el ámbito civil, abundan las profesiones, pero que faltan vocaciones. ¿Será verdad? Al que vive la profesión como una vocación se le nota; su interés primordial es el servicio a los otros: además de poner en juego la competencia profesional, pone el corazón en la tarea.
Nuestra Iglesia necesita pastores que hagan presente al Buen Pastor. Y necesita el testimonio de la Vida consagrada, de esos hermanos y hermanos que hacen de su consagración don y entrega a todos, pero singularmente a los más pobres. “Por eso, dice el papa Francisco, pido a las comunidades parroquiales que, frente a la tentación de desánimo, sigan pidiendo al Señor que mande obreros a su mies”. “Hay que volver a encontrar el ardor del anuncio y proponer a los jóvenes el atractivo de la figura de Jesús, de dejarse interrogar y provocar por sus palabras y sus gestos, de soñar con una vida dichosa de gastarse amando”.
Quiera Dios que siga habiendo cristianos que, como reza el lema de esta jornada, “Empujados por el Espíritu”, reciban la gracia de responder como el profeta: “Aquí estoy, envíame” (Is 6, 7-8).
El papa Francisco nos recuerda en su mensaje que todo discípulo misionero, en virtud del bautismo, es “portador de Cristo para los hermanos”, que “el compromiso misionero no es algo que se añade a la vida cristiana, está en el corazón mismo de la fe”. Nos viene bien escucharlo a quienes estamos embarcados en la a Misión diocesana.
Dicen los analistas sociales que hoy, en el ámbito civil, abundan las profesiones, pero que faltan vocaciones. ¿Será verdad? Al que vive la profesión como una vocación se le nota; su interés primordial es el servicio a los otros: además de poner en juego la competencia profesional, pone el corazón en la tarea.
Nuestra Iglesia necesita pastores que hagan presente al Buen Pastor. Y necesita el testimonio de la Vida consagrada, de esos hermanos y hermanos que hacen de su consagración don y entrega a todos, pero singularmente a los más pobres. “Por eso, dice el papa Francisco, pido a las comunidades parroquiales que, frente a la tentación de desánimo, sigan pidiendo al Señor que mande obreros a su mies”. “Hay que volver a encontrar el ardor del anuncio y proponer a los jóvenes el atractivo de la figura de Jesús, de dejarse interrogar y provocar por sus palabras y sus gestos, de soñar con una vida dichosa de gastarse amando”.
Quiera Dios que siga habiendo cristianos que, como reza el lema de esta jornada, “Empujados por el Espíritu”, reciban la gracia de responder como el profeta: “Aquí estoy, envíame” (Is 6, 7-8).