El domingo de Ramos o de Pasión,
en el que comienza la Semana
Santa, debe de ser visto
por los cristianos, como el momento
para proclamar a Jesús como el pilar
fundamental de sus vidas, tal como lo
demostró la gente de Jerusalén al seguir
a Cristo. Asimismo, las ramas de
olivo y palmas, representa la fe de la
Iglesia en Cristo, la proclamación de
Jesús como el Rey de Cielo y Tierra
y, sobre todo, de la vida del cristiano.
La eucaristía de este domingo vive
dos momentos importantes: al principio,
con la procesión de las palmas y
ramos de olivo y la bendición de las
mismas por parte del sacerdote en
cuanto que preside la procesión y la
Palabra que evoca la Pasión del Señor,
este año con el evangelio de San Lucas.
El color litúrgico del domingo de
Ramos es el rojo, ya que se conmemora
el sublime martirio de Jesús.
La Palabra ocupa gran parte del
tiempo de la liturgia de este día. San
Lucas no habla de palmas ni olivos, sino de gente que iba alfombrando el
camino con sus mantos, como se recibe
a un rey, gente que gritaba: “Bendito
el que viene en nombre del Señor.
Paz en el cielo y gloria en lo alto”. Y
proclamando la pasión y muerte escuchamos
por boca de Jesús en el madero
de la cruz sus últimas palabras:
“Padre a tus manos encomiendo
mi vida” nueva semilla
que debe empujar el remo
evangelizador de la Iglesia en el
mundo.
El domingo de Ramos, pórtico
de la Semana Santa, que celebraremos
el Triduo Pascual:
Jueves Santo con la Misa de la
Cena del Señor recordamos, toda la
comunidad reunida, la última Cena
de Jesús, la institución de la Eucaristía
y del Orden Sacerdotal, y el
mandamiento del amor.
Viernes Santo con lo que popularmente
llamamos “Oficios”,
sin celebrar propiamente la Misa,
sí que proclamamos el misterio
de la Cruz, en las lecturas de la
Palabra de Dios. Invocamos la
salvación del mundo por la
fuerza de la Cruz. Adoramos
la Cruz del Señor Jesús.Y finalmente
participamos del misterio
de la Cruz, del Cuerpo entregado
y comulgando de Él. La Pasión
de Cristo es pues, proclamada,
invocada, venerada y comulgada.
El Sábado Santo
no tenemos celebraciones litúrgicas en recuerdo de
la muerte de Jesús. Es día de silencio.
Para llegar, bien entrada la noche, a la
celebración más importante del año
cristiano la Vigilia Pascual, la Resurrección
del Señor. Ya en la Didascalia
de los Apóstoles leemos: “Durante
toda la noche (del sábado al domingo)
permaneced reunidos en comunidad,
no durmáis, pasad toda la noche
en vela, rezando y orando,
leyendo los profetas, el evangelio
y los salmos, en un clima de
súplica incesante”. Noche
y día de inmensa alegría
celebrando el motivo
de nuestra fe: La Resurrección
del Señor
que garantiza la
nuestra.