martes, 9 de febrero de 2016

La palabra de...Antonio José López Gómez

Comenzamos un tiempo novedoso para toda la Iglesia, la cuaresma. Todos los años, cuando se acerca este tiempo tan bonito, bien entendido, me pregunto qué he cambiado con respecto al año anterior. No pocas veces me doy cuenta de que no han cambiado tantas cosas como me hubiera gustado. Pero esta es mi realidad, como la de cualquier discípulo de Jesús, que quiere seguirlo con las circunstancias que le toca vivir, por lo que te das cuenta que somos personas en camino que andamos un paso hacia adelante y otras retrocedemos dos, es decir, somos discípulos en continua conversión. Siempre tengo presente este versículo del profeta Joel, que leeremos el miércoles de ceniza: “Rasgad los corazones, no las vestiduras”. Este es el reto de la cuaresma y de la vida de un discípulo. La cuaresma nos hace una llamada a mirar en nuestro interior y preguntarnos por qué no se nos rompe el corazón ante tanta falta de autenticidad en nuestra fe, en nuestra forma de ser y en nuestras obras. Nos movemos por impresiones o impactos que sacuden nuestra vida, pero poco a poco se esfuman como la gaseosa cuando destapas una botella. Este año dedicado a la misericordia, os invito a vivir la cuaresma de forma distinta. La misericordia del corazón nos puede humanizar y divinizar a la vez. Necesitamos la misericordia de Dios Padre, para que nos levante de nuestras caídas cotidianas, nos ayude a salir de nuestras mentiras, de nuestras faltas de fe, de nuestras inconstancias y faltas de compromiso, de nuestras ausencias en nuestra comunidad cristiana y de la sociedad en la que deberíamos ser verdaderos profetas de nuestro tiempo que anuncien el evangelio con alegría y avalado con nuestro modo de vida, pero a la vez tenemos que ser profetas que denuncien las injusticias de nuestro tiempo, nuestras incoherencias de vida. Es más fácil rasgarnos las vestiduras que rasgarnos el corazón. La conversión verdadera empieza en el corazón y solo habrá cambio verdadero cuando al corazón le duele lo que está sucediendo. ¿Le duele algo a nuestro corazón? La Iglesia desde hace siglos aconseja en este tiempo la oración, el ayuno y la limosna. La oración es la escucha de la Palabra de Dios, que deberíamos dejarle que recorriera por nuestro corazón y dejara palabras impresas en él como: perdona, confía, ama, da una oportunidad, vive auténticamente... El ayuno no es para aprovechar y adelgazar, sino que es el momento para dejar de mentir, de explotar a los demás, de utilizar malas artes para conseguir tus propósitos, de responsabilizarte de tus actos, de quitar tus dependencias y esclavitudes... Y la limosna no es dar de lo que te sobra y calmar tu conciencia, se trata de compartir. La limosna creyente debe ser el compromiso por transformar nuestro entorno tan consumista y deshumanizante, que hace que unos tengan todo y sean unos insatisfechos y otros vivan de las sobras. Que esta cuaresma no sea como la del año anterior. Que esta cuaresma nos saque de nuestros sepulcros blanqueados y nos lleve a la vida plena.