Soñar despiertos y en traje de faena
Los cristianos podemos desearnos hoy un “buen
año nuevo”. Comenzamos, con el primer domingo de Adviento, un nuevo año
litúrgico. El Adviento es tiempo de espera en el Señor que vino, que vendrá,
que viene. Los textos litúrgicos nos ayudan a vivir este tiempo de gracia:
Isaías, un antiguo profeta, en un momento en
que el pueblo, vuelto del destierro, se encuentra con enormes dificultades
para reconstruir su nación, grita al Señor con una preciosa oración: “Ojalá
rasgases el cielo y descendieses”.
Y el evangelista Marcos nos sacude con fuerza
para hacernos despertar: “Estad atentos, vigilad, pues no sabéis cuándo vendrá
el señor de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al canto del gallo, o
al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos»”.
La
concepción de “la vida como un sueño” es tan antigua que parece engastada en
la experiencia misma de la humanidad. Está presente en el pensamiento hindú, en
la moral budista, en la tradición judeo-cristiana y en la filosofía griega.
Según Platón, el hombre vive como en un mundo de sueños y tinieblas, cautivo
en una caverna de la que sólo la tendencia hacia el bien podrá liberarle. Y
nuestro Calderón de la Barca compuso en el siglo XVII un drama admirable con
el título de “La vida es sueño”, en que Segismundo, el protagonista, vive en
una cárcel, sumido en la más completa oscuridad por el desconocimiento de sí
mismo. Sólo cuando es capaz de saber quién es, consigue la luz y el triunfo.
Los sueños,
aunque sean proyecciones deformadas de realidades reprimidas en el subconsciente,
son irreales. Podemos soñar que estamos en el mejor de los mundos, que lo tenemos
todo, y despertarnos con las manos vacías. Podemos soñar despiertos, pero
sumidos en el autoengaño, y eso es alienación. O podemos “soñar despiertos” y
en traje de faena, que es el vestido de los que esperan de manera activa en un
mundo mejor. Recuerdo que, en un estudio hecho hace años en Chicago, los americanos
pensaban que sus vehículos, los más potentes y veloces del mundo, les daban
libertad, les permitían ahorrar tiempo. El estudio probaba que, entre lo que
suponía la compra del vehículo, los carburantes, los talleres mecánicos, los
seguros y los aparcamientos, casi la mitad de la renta del trabajo del
americano medio estaba en función del mantenimiento del vehículo, que, a veces,
para más “inri”, no lograba desplazarse, debido a los atascos, a más velocidad
que los viejos coches de caballos.
Cuando la realidad se
confunde con la publicidad, o cuando vivimos en un sueño inducido por un
contexto cultural que nos configura a merced de los intereses de la ideología
de turno, podemos sentirnos tan bien que ni siquiera nos percatemos de que
estamos muriendo espiritualmente.
Hay sustancias que
inducen y ayudan a conciliar el sueño. Son los somníferos, tan bien conocidos
por una generación como la nuestra, enferma de insomnio. Algunos somníferos
crean hábito, dependencia. Alguien los comparaba al vampiro, que, según se
creía, atacaba a las personas mientras dormían y, a la vez que les chupaba la
sangre, les inyectaba una sustancia soporífera que les hacía experimentar de
un modo más dulce el dormir.
Se nos ha
hecho creer que, por ser libres, todo nos está permitido, que podemos incluso
modelar la realidad a nuestro gusto y medida, sin tener que dar cuenta a nada
ni a nadie, como dueños absolutos del bien y del mal; pero nuestra libertad es
de creaturas, no de creadores, y ésta, si no responde a la verdad del hombre,
puede volverse contra él, como cuando violentamos las leyes de la naturaleza,
que, con no poca frecuencia, se vuelven contra el hombre.
El inmanentismo de
nuestra cultura y el hecho de que la venida del “Dueño” se demore, podría dar
lugar a que el “largo me lo fiais” nos acostumbrara de tal manera a vivir en la
inmediatez que acabáramos cegando los horizontes de esperanza y trascendencia
que dan real sentido a la vida. La única salvación, entonces, vendría de
alguien que nos sacudiera con fuerza, haciéndonos despertar del sueño.
Eso es lo que pretende
el grito que tan reiteradamente resonará en la liturgia del Adviento: “¡Estad
en vela!”. El velar, en el Evangelio, va unido siempre a la oración: “Velad y
orad”.
Seguramente Marcos, que
fue colaborador de Pedro, recordaba, al hacer referencia al canto del gallo,
lo que aquél le contó, y cómo, por no haber sabido velar, negó por tres veces a
su Maestro en la noche de la pasión.
Hay que soñar despiertos en un
mundo nuevo, en una nueva humanidad. Para ello, necesitamos acoger al que
viene, al que trae la novedad de una salvación plena en cada Navidad. ¡Buen
Adviento!