domingo, 31 de diciembre de 2017

Donde el amor germina y crece por Mons. Ciriaco Benavente


Queridas familias:

El domingo que sigue a la Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Recordamos y celebramos que el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso nacer y crecer en una familia, la humilde familia de Nazaret. Contemplamos a ésta, además, en ese momento, el más entrañable y feliz para cualquier familia, en que es visitada por el nacimiento del primer hijo.

Con este motivo, os escribo a las familias. Lo hago al dictado de la emoción y el cariño, de la gratitud por haber nacido y crecido yo también en una familia, del deseo de proclamar y reafirmar la dignidad y belleza de la familia.

Dejadme que, antes de nada, os felicite de todo corazón a quienes tenéis la suerte de vivir la experiencia de una vida familiar gozosa. ¡Dichosos quienes, un día, os comprometisteis a vivir un compromiso de amor definitivo y lo seguís manteniendo contra viento y marea! Se ha dicho que no es verdadero amante el que no está dispuesto a amar para siempre. El amor es simultáneamente don de Dios y tarea nuestra cotidiana.

En los tiempos que corren, cuando me encuentro con familias que viven con tanta sencillez como hondura su condición, me parece un pequeño milagro de la gracia de Dios. Ahí florecen contra viento y marea aquellos valores que no pueden comprarse con dinero: el amor, la gratuidad, el compartir, el perdón, la fidelidad sin límites. Son valores amenazados por el mundo implacable de los intereses o por la superficialidad de unos sentimientos que pueden acabar convirtiendo al otro en objeto de uso y, a veces, también de abuso. Las familias podéis y debéis ser la alternativa que saque a esta sociedad nuestra de ese atasco de fracaso y desaliento en que con frecuencia nos movemos. Hay salidas que, como dice una experta en estos temas, por solucionar un problema, originan cien.

Que la familia de Nazaret sea como una inyección de fuerza y de luz, cuando tantos no llegan a descubrir ni a valorar la razón de ser de la familia, su sentido y su belleza secreta o manifiesta. Cuántos se quedan en la anécdota de sus limitaciones, en las dificultades de la convivencia, en sus frecuentes fracasos. Habría que apelar a la honestidad para que no se utilicen como punto de comparación sólo los fracasos. El arte se enseña mostrando las obras más logradas.

Tengo sumo respeto para aquellas rupturas que quizá se hicieron inevitables. Nunca juzgaré de su desenlace. Pero estoy convencido de que, para desestructurar una sociedad, nada hay tan directo como desestructurar la familia y vaciar de contenido los valores hondos que la sustentan y en ella se transmiten.

La familia es la pieza clave de la estructura social; punto de encuentro, lugar privilegiado donde el amor germina y crece. Un niño sin familia, se perdería en el camino hacia la madurez, el anciano sucumbiría a la soledad; sin la familia la sociedad se moriría de frío o de sequedad, acabaría ensombrecido el ya difícil camino de la convivencia.

Desde el respeto leal a quienes no comparten nuestra fe, doy gracias a Dios hoy porque sois muchos todavía los que, iluminados los ojos de corazón, habéis descubierto en la familia una presencia y un sentido más hondo y envolvente: habéis atisbado un reflejo, un eco, un icono del Dios trino, que en sí mismo es familia, relación, don, comunión substancial de amor: "A imagen suya los creó; hombre y mujer los creó", leemos en la Biblia. Habéis descubierto su carácter de sacramento de gracia: signo visible del amor invisible de Cristo por la humanidad. Habéis encontrado el cuenco ideal donde acoger el agua de la Palabra y de la fe y darla a beber a los hijos, el remanso donde uno se siente amado por sí mismo y, por eso, donde aprende a conocer y amar al Padre Dios y a los hermanos; el rincón donde la fe se hace fuerte antes de echarse a la vida.

¡Enhorabuena a todos los que, a semejanza de la familia de Nazaret, padres e hijos, sois o intentáis ser una comunidad de vida y de amor, que eso es la familia!