Muchas cosas se pueden decir
de esta Exhortación pastoral
del papa Francisco. Unos se
acercan a su pensamiento; otros dicen
lo que él no ha dicho y otros se han
limitado a interpretarlo.
Para mí y para otros muchos la
palabra sería “reintegrar”. Reintegrar
serviría para resumir el contenido de
‘Amoris laetitia’, la Exhortación Pastoral del papa Francisco sobre el amor
en la familia.
Reintegrar es un término perfecto
en ese contexto. Significa “restituir”,
“reconstruir”, “recobrar”. Y dice el
Papa que eso es lo prioritario cuando
un creyente habla de la familia, tanto de los hogares bien estructurados
como de aquellos otros que sufren las
consecuencias de las mil plagas que
amenazan hoy a quienes se quieren.
O creen quererse. O quieren quererse.
La Iglesia tiene el encargo de parte
de Jesucristo de restituir la dignidad a quienes viven como si la hubieran
perdido por culpa de sus fracasos
matrimoniales. Está llamada a reconstruir la vida de los que se han derrumbado bajo el peso de las relaciones tóxicas, esas que sellan el amor a
golpes en la cara o en el alma. Y ha de
empeñarse en recobrar para la comunidad a quienes se sintieron expulsados —o lo fueron literalmente— por
aquellos que aún no han aprendido a
ver por dentro a las personas, como
hace Dios.
El texto de la Exhortación pasará
a la historia de la Iglesia porque está
pensada y escrita desde la verdad, con
una simplicidad que es sólo aparente. Antes de redactarla, el Papa oyó
las opiniones de los padres sinodales,
obispos de todo el mundo, y se percibe que luego se sentó a escuchar a
Dios. Y que también hizo memoria de
todos los dolores viejos y nuevos
que conoce: los de miles de parejas y de
hombres y mujeres que no han
encontrado
la alegría en
el amor, sino
que lo han
experimentado como
un íntimo
calvario.
Lo fácil habría sido condenar por
sistema a todos y en todos los casos.
Hubo quienes lo pidieron cuando se
cocinaba el texto. A menudo, aquellos y aquellas que nunca han amado
se han erigido en jueces con potestad
para encerrar en una jaula de castigo
de por vida a quienes se les rompió el
amor. Pero el camino que ha elegido
la Iglesia es otro. La Iglesia ha escogido levantar al que se tambalea y al que
ya ha caído, ofrecerle misericordia.
No hay divorciados ni divorciados
vueltos a casar ni comunión o no para
los divorciados que estrenan pareja.
Lo que hay son personas, con historias concretas, con circunstancias singulares sobre las que hay que dialogar con cada una. Personas, la mayor
parte de ellas, víctimas a las que se ha
tratado como culpables. Personas, no
temas. Hijos de Dios, no cuestiones a
resolver.
El Papa dice que la
Iglesia elige amar, como
Dios. Un cristiano, o
elige “reintegrar”,
devolver lo que es
justo a quien ha
sufrido, o no es de
Cristo.
Paz y Bien.