Se ha celebrado
el Encuentro Diocesano de Jóvenes con el lema "Caminando juntos". Una
jornada festiva en El Sahúco donde centenares de jóvenes compartieron una marcha
con tres paradas y reflexionaron con la mochila, cantimplora y GPS: el testimonio,
la conversión y la presencia del compromiso social. Uno de los objetivos ha sido
compartir juntos, sentir que no están solos. A la llamada del encuentro han respondido
los jóvenes seminaristas y venidos de Chinchilla, Pozuelo, Peñas de San Pedro, Aguas
Nuevas, La Gineta, Villarrobledo, Hellín y de la capital: JMV, Colegio Ntra. Sra.
del Rosario, Fátima, San Juan, Sagrada Familia, San Pablo, San José, San Vicente
Paúl, El Buen Pastor, Ntra. Sra. Angustias y San Felipe Neri.
domingo, 26 de noviembre de 2017
La palabra de ...
Necesitamos volver al primer anuncio
José Antonio Cano
Estamos viviendo, en este momento, una hora
de gracia y también de responsabilidad. La llamada a la Nueva Evangelización es
ante todo una llamada a la conversión. Hoy más que nunca, en nuestra tarea
evangelizadora, necesitamos volver al kerigma, al primer anuncio: “Jesucristo te
ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte,
para fortalecerte, para liberarte”. Cuando a este primer anuncio se le llama “primero”
eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros
contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el
anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras
y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de
la catequesis, en todas sus etapas y momentos. Así nos lo recordaba el papa Francisco
en el número 164 de su Exhortación “Evangelii Gaudium”.
El kerigma es
el servicio principal que debe realizar la Iglesia. La evangelización debe
contener siempre una clara proclamación de que en Jesucristo, se ofrece la salvación
a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios.
En su
Discurso Inaugural para la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano,
realizada en Santo Domingo, en 1992, el papa San Juan Pablo II fijó una idea motriz
que impulsa la necesidad de acometer con valentía y creatividad una evangelización
nueva, no convencional, no rutinaria, que permitiera que el mensaje de Jesucristo
llegara a las personas y sectores que no están siendo suficiente y eficazmente considerados.
Necesitamos una Nueva Evangelización, nueva en sus métodos, nueva en su ardor y
nueva en su expresión.
Hablar de
nuevo ardor es hablar del fuego del Espíritu Santo que enciende en nosotros el
deseo de inundarlo todo con la presencia del resucitado. De igual manera que
habrá que buscar los métodos adecuados que respondan a las características del
hombre de hoy, abandonando aquellos métodos y expresiones que quizás en otro
tiempo sirvieron pero que hoy ya no contribuyen a hacer discípulos.
Si se trata de
realizar el anuncio central de la salvación habrá que cuidar a los agentes de este
anuncio. El evangelizador ha de tener ciertas actitudes que ayuden a acoger mejor
el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no
condena. (EG, 165)
Desde aquí
animamos a todos a dejarse transformar interiormente y llevar a cabo con
generosidad, audacia, valentía y creatividad la con- versión pastoral necesaria
para que el Evangelio llegue al hombre de hoy.
domingo, 19 de noviembre de 2017
Resumen del Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de los Pobres
NO AMEMOS DE PALABRA SINO CON OBRAS
«Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de
verdad y con obras» (1 Jn 3,18). Es el lema elegido por el Papa para esta primera
Jornada Mundial de los Pobres. “El amor no admite excusas: el que quiere amar
como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de
amar a los pobres”.
Los pobres, “con su confianza y disposición a dejarse
ayudar, nos muestran de modo sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que
es vivir con lo esencial y abandonarse a la providencia del Padre”.
Francisco propone que “en este domingo, si en nuestro vecindario
viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el
momento propicio para encontrar al Dios que buscamos”. Anima a los
cristianos y a creyentes de otras religiones, a invitar a los pobres “a nuestra
mesa como invitados de honor”, ya que así “podrán ser maestros que nos ayuden a
vivir la fe de manera más coherente”.
Por otro lado, el Papa subraya que “el fundamento
de las diversas iniciativas concretas que se llevarán a cabo durante esta
Jornada será siempre la oración. No hay que olvidar que el Padre nuestro es la oración
de los pobres. La petición del pan expresa la confianza en Dios sobre las
necesidades básicas de nuestra vida (…) Es una oración que se dice en plural:
el pan que se pide es «nuestro», y esto implica comunión, preocupación y
responsabilidad común”.
“Que esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra
conciencia creyente en un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más
convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio
en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al
cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio”, destaca.
Francisco explica los objetivos de la Jornada
Mundial de los Pobres. “Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar,
estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y
del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la
invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa,
para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción
de solidaridad, como signo concreto de fraternidad”.
El Santo Padre analiza los retos que el mundo de
hoy debe afrontar en relación a la pobreza. Francisco denuncia las
crecientes desigualdades sociales en el mundo que surgen, cada vez con mayor
frecuencia, debido a los abusos de unos pocos privilegiados.
“Hoy en día –lamenta–, desafortunadamente, mientras emerge
cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados,
con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la
dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores
de la sociedad entera”.
El Papa advierte, que “ante este escenario, no se puede
permanecer inactivos, ni tampoco resignados. A todo esto, se debe responder con
una nueva visión de la vida y de la sociedad”.
Además, en el mensaje manifiesta cómo debe concretarse la misericordia
con los pobres. “No pensemos sólo en los pobres como los
destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana,
y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la
conciencia”.
“Estas experiencias –explica–, aunque son válidas y útiles
para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las
injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero
encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un
estilo de vida”.
El obispo de Roma estimula a “tender la mano a
los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles
sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su
mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras
certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí
misma”.
“Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio
de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación”. “Al mismo tiempo, a los pobres que viven en nuestras ciudades y en nuestras comunidades les recuerdo que no pierdan el sentido de la pobreza evangélica que llevan impresa en su vida”.
En el mensaje, el papa Francisco también explica en qué consiste la vocación
a la pobreza como se explica en los textos evangélicos. “No
olvidemos que, para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación
para seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás de Él y con Él, un camino que
lleva a la felicidad del reino de los cielos”.
Asimismo, detalla qué es esa vocación. “La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura
limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña
haciendo que nos creamos inmortales”.
domingo, 12 de noviembre de 2017
La palabra de ... Mons. Ciriaco Benavente
Somos la Iglesia de Albacete
Celebramos hoy el Día de la Iglesia Diocesana. Lo hacemos con un lema, que venimos repitiendo año tras año: "Somos una gran familia contigo".
Venimos a este mundo en una familia que nos acoge con ternura y amor. La familia es lo primero que encontramos y lo último de que nos despedimos. En la familia crecemos, somos educados, absorbemos los valores que configuran nuestra existencia. A pesar de encontrarnos en un momento histórico en que la familia no es protegida ni estimada siempre ni por todos, no hay sondeo de opinión que no señale la altísima estima de que goza la familia.
Dios, que en sí mismo es amor, relación, comunión de personas, nos hizo a su imagen y semejanza, para ser y hacer familia: "Creó Dios al hombre a su imagen y semejanza..., hombre y mujer los creó" (Gn.1,27). Por eso, en el corazón de cada hombre y de cada mujer se alberga un deseo de plenitud que solo se alcanza en el encuentro y la comunión de vida y amor con el otro, con los otros, con Dios.
Lo de la Iglesia-familia no es, pues, algo coyuntural u opcional; responde a la voluntad creadora del Dios que es amor, y que nos hizo para vivir en el amor. El Concilio Vaticano II dice que la Iglesia "es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano" (LG,1).
En esta Iglesia de Albacete habéis nacido muchos de vosotros a la fe; aquí vuestra vida cristiana es alimentada en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía; aquí os habéis unido en matrimonio para formar una familia cristiana; aquí sois fortalecidos con la esperanza de la vida eterna. A pesar de nuestros pecados, somos una buena familia, que, a la vez que intentamos vivir nuestra fraternidad eclesial como miembros de un mismo cuerpo, queremos colaborar para hacer de este mundo la gran familia de los hijos de Dios. Nuestra Iglesia, por eso, abre los brazos a todos, empezando por los más necesitados, sin limitación ninguna por razones de religión, color o estado social. Queremos ofrecer a todos, sin ningún tipo de imposición, la alegría del Evangelio, como un don que también nosotros hemos recibido. El tesoro del Evangelio es capaz de cambiar el corazón del hombre y el mundo.
Hay todavía muchas personas que no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo. Y hay un número importante de bautizados en quienes se ha ido deteriorando la relación con Dios y con la Iglesia, necesitados, pues, de una nueva evangelización. Por eso estamos empeñados en la Misión Diocesana, aprendiendo a ser discípulos-misioneros. Porque poco podría lograr nuestra Iglesia sin los presbíteros y los diáconos, sin la riqueza de la vida consagrada, que es como la caricia de Dios a los pobres; sin los numerosos fieles laicos, que sois la cantera inagotable de colaboradores generosos en las variadas y numerosas tareas de nuestras parroquias e instituciones.
Queremos hacer cada día más real lo de ser una gran familia contigo, con cada uno de los diocesanos. Y, al decir "contigo", queremos decir, sencillamente, que te necesitamos, que eres parte nuestra, miembro del mismo cuerpo, como diría san Pablo. Esta Jornada anual pretende eso, ayudarnos a avanzar en el sentido de pertenencia, de corresponsabilidad y de colaboración. En medio de la intemperie espiritual en que nos toca vivir, queremos llevar adelante, entre todos, como familia diocesana, el encargo que Jesús nos dejó como herencia y tarea a la Iglesia.
Agradezco la generosidad de tantos que ofrecéis vuestra persona, vuestro tiempo y vuestra ayuda económica para la vitalidad y mantenimiento de nuestra Iglesia. ¡Gracias!
Venimos a este mundo en una familia que nos acoge con ternura y amor. La familia es lo primero que encontramos y lo último de que nos despedimos. En la familia crecemos, somos educados, absorbemos los valores que configuran nuestra existencia. A pesar de encontrarnos en un momento histórico en que la familia no es protegida ni estimada siempre ni por todos, no hay sondeo de opinión que no señale la altísima estima de que goza la familia.
Dios, que en sí mismo es amor, relación, comunión de personas, nos hizo a su imagen y semejanza, para ser y hacer familia: "Creó Dios al hombre a su imagen y semejanza..., hombre y mujer los creó" (Gn.1,27). Por eso, en el corazón de cada hombre y de cada mujer se alberga un deseo de plenitud que solo se alcanza en el encuentro y la comunión de vida y amor con el otro, con los otros, con Dios.
Lo de la Iglesia-familia no es, pues, algo coyuntural u opcional; responde a la voluntad creadora del Dios que es amor, y que nos hizo para vivir en el amor. El Concilio Vaticano II dice que la Iglesia "es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano" (LG,1).
En esta Iglesia de Albacete habéis nacido muchos de vosotros a la fe; aquí vuestra vida cristiana es alimentada en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía; aquí os habéis unido en matrimonio para formar una familia cristiana; aquí sois fortalecidos con la esperanza de la vida eterna. A pesar de nuestros pecados, somos una buena familia, que, a la vez que intentamos vivir nuestra fraternidad eclesial como miembros de un mismo cuerpo, queremos colaborar para hacer de este mundo la gran familia de los hijos de Dios. Nuestra Iglesia, por eso, abre los brazos a todos, empezando por los más necesitados, sin limitación ninguna por razones de religión, color o estado social. Queremos ofrecer a todos, sin ningún tipo de imposición, la alegría del Evangelio, como un don que también nosotros hemos recibido. El tesoro del Evangelio es capaz de cambiar el corazón del hombre y el mundo.
Hay todavía muchas personas que no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo. Y hay un número importante de bautizados en quienes se ha ido deteriorando la relación con Dios y con la Iglesia, necesitados, pues, de una nueva evangelización. Por eso estamos empeñados en la Misión Diocesana, aprendiendo a ser discípulos-misioneros. Porque poco podría lograr nuestra Iglesia sin los presbíteros y los diáconos, sin la riqueza de la vida consagrada, que es como la caricia de Dios a los pobres; sin los numerosos fieles laicos, que sois la cantera inagotable de colaboradores generosos en las variadas y numerosas tareas de nuestras parroquias e instituciones.
Queremos hacer cada día más real lo de ser una gran familia contigo, con cada uno de los diocesanos. Y, al decir "contigo", queremos decir, sencillamente, que te necesitamos, que eres parte nuestra, miembro del mismo cuerpo, como diría san Pablo. Esta Jornada anual pretende eso, ayudarnos a avanzar en el sentido de pertenencia, de corresponsabilidad y de colaboración. En medio de la intemperie espiritual en que nos toca vivir, queremos llevar adelante, entre todos, como familia diocesana, el encargo que Jesús nos dejó como herencia y tarea a la Iglesia.
Agradezco la generosidad de tantos que ofrecéis vuestra persona, vuestro tiempo y vuestra ayuda económica para la vitalidad y mantenimiento de nuestra Iglesia. ¡Gracias!
sábado, 11 de noviembre de 2017
Suscribirse a:
Entradas (Atom)