domingo, 12 de junio de 2016

Búscame en el pueblo

Los días se alargan. Da gusto ver como las calles poco a poco se van poblando de gente. Las temperaturas suben y se puede estar en la calle más horas. Es tiempo de verano y la fisonomía de los pueblos cambia por completo.
Niños por las calles jugando, bicicletas de aquí para allá, sillas en corro tomando el fresco... Es la vida de nuestros pueblos. Las fachadas de las casas se preparan para las fiestas, limpiezas de arriba abajo para recibir a los de lejos. Todo huele a familia.
Mientras las parroquias de la ciudad tienen una inusitada calma, nuestros pueblos viven con intensidad estos meses veraniegos. Bodas, bautizos... es ahora cuando la familia se reúne y lo hace también entorno al patrón o la fiesta.
Y la comunidad cristiana recibe, acoge, invita... es ocasión para vivir la fe en tiempo de descanso y recordar que la Iglesia no cierra por vacaciones. Tiempo para proclamar el rostro de Dios y poner en práctica las obras de misericordia.
Durante el verano tenemos espacios para visitar a los enfermos, pasar ratos con nuestros mayores, escuchar sus historias y hacerles sentirse queridos. No falta en esta época en el pueblo la visita al campo santo donde están nuestras raíces y la gente a la que debemos lo que somos. Allí no falta la plegaria y la oración ni la misa ofrecida por nuestros familiares y amigos.
En los pueblos se vive la misericordia, se abren las puertas de par en par para acoger a los que viene de fuera, grupos de Cáritas y parroquias que ayudan a temporeros. Y el agua que refresca a los niños y jóvenes cansados de jugar, correr y hacer deporte. No importa la casa: hoy aquí, mañana en casa de la abuela.
Y es tiempo de perdonar, de olvidar heridas. Volver a saludar, a recobrar la mirada. A preguntar por la familia. No es bueno que se enquisten las distancias. Es bueno tender puentes y renovar los encuentros. Es el tiempo de la misericordia.