JOSÉ JOAQUÍN TÁRRAGA
Toda flor cortada se marchita. Llega un momento en que el agua corrompida empieza a oler. Y es que parece ser que el tiempo pasa para todos. Incluso para las flores. Las cosas mueren, se pudren y dejan de ser bellas. Parece como si no hubiera escapatoria: la juventud, enfermedad que se pasa con el tiempo. Todo pasa, nada permanece, lo nuestro es pasar...
Pero la fiesta de los Santos nos habla de luz, de cambio, de conversión, de esperanza... Nos habla de flores secas que vuelven a renacer, de hojas marchitas que florecen con fuerza. Los santos nos hablan de sol que amanece en la madrugada y de camino más allá del horizonte.
Me encanta la fiesta de los Santos, me gusta recordar que nuestro Dios, el de Jesucristo, es Dios de vida que vence la muerte y nos llama a estar con Él. Un Dios que abraza y espera. Un Dios que resucita. Me gusta esta fiesta y cada año que llega recuerdo a mi abuela y las velas que ponía en la cámara. Y así me gusta vivirlo. Yo también pongo luz, me gusta sonreír ese día, no cerrar los ojos, saludar con los ojos bien abiertos, mirar al cielo y dar gracias a Dios por la gente buena que ha puesto en mi camino. ¡Cómo me gusta recordar a los míos que han sido ejemplo de vida y de valores que han hecho mejor este mundo!
Confieso mi pecado... en estos días también me sobreviene la lucha. Una lucha contra zombis, oscuridades y muertes. Es como una batalla entre el bien y el mal. La luz y la oscuridad. La tristeza y la alegría. Mi corazón se parece a las películas donde aparentemente ganan los malos. Y es ahí donde siempre queda la mirada al cielo y la sonrisa a Dios: ¡Gracias Señor por ser Dios de vivos y no de muertos!
La fiesta de los Santos es día de luces y oraciones. Me encanta celebrar la Eucaristía y rezar por mi gente con un agradecimiento a Dios y recordando el modelo de vida de aquellos que han sido de los mejores por su sencillez de vida. Es la fiesta del 1 de noviembre.
El día 2 de noviembre vuelvo a celebrar la Eucaristía y esta vez, vuelvo a rezar por los difuntos para que Dios los tenga en su corazón, un corazón de Padre bueno. Un corazón de vida.
Confieso mi pecado... en estos días también me sobreviene la lucha. Una lucha contra zombis, oscuridades y muertes. Es como una batalla entre el bien y el mal. La luz y la oscuridad. La tristeza y la alegría. Mi corazón se parece a las películas donde aparentemente ganan los malos. Y es ahí donde siempre queda la mirada al cielo y la sonrisa a Dios: ¡Gracias Señor por ser Dios de vivos y no de muertos!
La fiesta de los Santos es día de luces y oraciones. Me encanta celebrar la Eucaristía y rezar por mi gente con un agradecimiento a Dios y recordando el modelo de vida de aquellos que han sido de los mejores por su sencillez de vida. Es la fiesta del 1 de noviembre.
El día 2 de noviembre vuelvo a celebrar la Eucaristía y esta vez, vuelvo a rezar por los difuntos para que Dios los tenga en su corazón, un corazón de Padre bueno. Un corazón de vida.